“—¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen.
“—Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres” James Joyce
A lo largo de la historia, hay algo que es completamente irreversible e irrevocable; la muerte, esa señora tan simpática de la guadaña. A pesar de lo sociable que es, ya que recibe a todos por igual, la gente como que sigue escapándole, y ha usado su imaginería para idear varias formas (inmortalidad, vampiros, zombies) pero cuando las expectativas de no poder prolongar la vida se terminan y no queda otra que entregar el cuerpo a la tumba, las personas han creado, o han registrado, a los fantasmas, los muertos que no se van al más allá, ya sea por voluntad propia, por haber sido invocados, o por haber quedado atrapados entre este mundo y el otro. Según quienes han investigado los testimonios de quienes dicen haberlos visto o captado en fotos, estos seres se dividen en dos clases, espectro, y el fantasma propiamente dicho. El primero está dotado de voluntad propia, aparece, desaparece, interactúa con los testigos, en tanto que el segundo parece más bien una película filmada en otro tiempo que se proyecta cada dos por tres en el mismo canal, realiza una acción y no se comunica con nadie, independiente hasta de la arquitectura, de tal forma que atraviesa la pared en donde antes hubo una puerta.
No siempre la imagen de los fantasmas ha sido alguien cubierto con una sabana, aunque el concepto ha sido el mismo, y el temor también. Ya en la antigua Grecia a los fallecidos se les ponía una moneda debajo de la lengua para que pudieran pagarle a Caronte, el barquero que los conducía a través del río Aqueronte hasta el reino de los muertos, ya que creían que las almas sin dinero se quedaban sin poder ir al Hades, y podían volver para atormentar a los vivos. Había incluso leyes que perseguían a los que no les ponían dinero a los difuntos, lo que indica que se lo tomaban muy en serio. En todo siglo y en todas partes se ha creído en los fantasmas. Los indígenas de Yucatan creían en los Balam-bequet, esqueletos femeninos que volaban por las noches produciendo un tétrico ruido a huesos, y que tenían la particularidad de que duraban lo mismo que lo que hubiera durado su existencia terrenal. También pensaban que existía el Xbolonthoroch, un fantasma domestico que no hacía demasiado daño, solamente asustar a los que se desvelaban, y repetir durante la noche los ruidos que se han hecho durante el día. En Malasia se pensaba que los fantasmas eran causantes de enfermedades y desgracias varias; así, pues, no debían acercarse a las tumbas de niños nacidos muertos, pues se creía que sus espíritus las rondaban siete días antes de partir, y podían poseer a quien se acercase. Ahí tienen gran variedad de estos seres.
Por solo nombrar algunos, están los hantu air (espiritus del agua que devoran personas), los hantu laut (también del agua, pero beneficos, porque ayudan a los marineros y a los pescadores), y los hantu galah, fantasmas muy altos que se encuentran entre los árboles y el bambú. Cabe destacar que hantu es también el nombre de una clase de fantasma japonés que se ha vuelto muy popular -al menos aquí en Occidente- por la película “La llamada”, chicas en camisón con el pelo largo y húmedo que les tapa la cara. Los japoneses también tienen a los gaki, fantasmas que representan el apetito y la sed nunca saciados, que presentan un aspecto demacrado y son muy infelices. En china hay una suerte de curiosos fantasmas que son los espíritus de plantas, animales o personas que salen de sus respectivos cuerpos para atacar a los otros seres,
y que solo pueden ser destruidos cuando intentan volver a su envoltura cárnica. El fantasma irlandés por excelencia es la banshee, un espíritu femenino que grita por las noches anunciando una muerte en la familia de quien la escuche. Las leyendas mapuches hablan sobre el Caleuche, un barco fantasma imprevisible, que es muy benéfico si se lo trata bien, pero puede llegar a ser muy bestial cuando lo hacen enojar. En los Países Bajos tienen al Holandes Errante, otro barco fantasma, pero de diferente calaña, puesto que quedó condenado a vagar durante toda la eternidad sin destino ni objetivo puesto que su capitán, Hendrik van der Decken, osó desafiar a Dios concertando una apuesta con el Diablo.
No solo se sabe de estas, digamos, razas de fantasmas, sino que también los hay personales, y hasta colectivos. En el Castillo de San Angelo, de Roma, al parecer se hace presente el fantasma de la joven Beatriz Cenci, que fue condenada a muerte hace siglos por dar muerte a su cruel padre. También en Roma, el fantasma del pícaro Fray Piccolo vive en la embajada de España, frente a la Santa Sede, y su cometido consiste en desabrochar pijamas y robarles los botones. En Canadá hay otro espectro bromista, el del reverendo John Wood de la Iglesia San Juan Bautista de Montreal, fallecido en 1969, a quien le divierte cambiarle de lugar las cosas a los compañeros de iglesia que dejó. En la ciudad escandinava de Copenhague, desde hace doscientos años se afirma que hay un gatito fantasma gris que se pone cerca del testigo, se duerme, y desaparece bruscamente. Fantasma inoperante si los hay.
Cabe señalar que dentro de todo, los fantasmas se originan por asuntos pendientes o cosas insatisfechas, o sea que hay que suponer que si alguien se muere habiendo sido irresponsable toda la vida, hay poca o nula posibilidad de su regreso fantasmal, porque, no se ocupó de sus cosas en vida, menos les va a dar atención después de haber estirado la pata. Cómo sea; dentro de sus limitaciones, el fantasma es el ideal perfecto, luego del vampiro. Es un ser indestructible y eterno, y quienes lo ven, tienen una prueba de que hay otra vida después de la muerte, que no todo se termina en el chispazo eléctrico final del cerebro.
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