Egipto, 1978. Un grupo de arqueólogos israelíes iniciaron las excavaciones cerca de la gran pirámide de Snefru, en Dashur. Esta pirámide y las que la rodean, jamás habían sido abiertas para tales búsquedas, debido a que se encuentran en un campo de operaciones militares de Egipto, en una zona considerada de mucho secreto.

Sin embargo, debido a la política de amistad que desarrollaban en ese momento Egipto e Israel, el presidente Anwar Sadat decidió conceder el permiso, como gesto de buena voluntad. Los investigadores se encontraban trabajando y a  unos quince metros de profundidad, al norte de la pirámide en una zona completamente virgen de exploraciones, la pata de un trípode que sostenía una máquina fotográfica hizo contacto con una piedra “blanda” en el desierto arenoso. Era algún material plástico de relleno, que cedió ante la presión y peso de la cámara. EI fotógrafo se inclinó para mirar por el hueco que recién había descubierto por accidente. Y encontró bajo sus pies una caverna. Tras limpiar rápidamente con picos y palas para ampliar el agujero, los arqueólogos pudieron ver un misterioso objeto.



Evidentemente, no era un artefacto de los antiguos egipcios. Tenía cerca de 120 centímetros de diámetro y forma de disco. Al centro, en su parte más gruesa, debía tener unos tres metros y era de un metal suave y brillante que no parecía afectado por el paso del tiempo. Ni tumbas, ni estatuas, ni ofrendas sagradas rodeaban el extraño artefacto que se sostenía sobre tres patas. Al examinar la caverna con detenimiento, dos de los arqueólogos que descendieron por la cavidad constataron la existencia de tableros y equipos electrónicos que se encontraban en perfectas condiciones. Para Israel, país preparado siempre para la guerra, aquello representaba una buena dotación de armas sofisticadas y ultramodernas que podían llegar a ser de su propiedad. Los arqueólogos, luego de deliberar, decidieron que era necesario comunicar la noticia del hallazgo a su gobierno, de forma secreta y rápida, para que los egipcios no se enteraran de ello y no procedieran a confiscar estos elementos encontrados en su suelo. Se decidió que el fotógrafo, que había logrado innumerables tomas del extraño artefacto, llevaría el rollo de películas a Tel Aviv para mostrarlo a las autoridades. Mientras tanto, los otros miembros del grupo continuaron cavando bajo una lona para evitar que ojos curiosos descubrieran el secreto. Habían llegado a la conclusión de que se trataba de una nave espacial oculta bajo la pirámide de Snefru.

En tanto, las fotos llegaban al Ministerio de Defensa de Israel, donde se reunió el Zahal (grupo militar ultra secreto). Participaron en la sesión, que se prolongó hasta la madrugada, los expertos que planearon la “operación Entebbe”. El tema de la discusión fue: cómo apropiarse del objeto, que les daría sin duda una enorme superioridad bélica, y cómo evitar que cayera en manos egipcias. Y allí, mientras paralelamente los mandatarios de ambas naciones intercambiaban efusivos saludos, promesas de paz y ayuda mutua… los israelíes planeaban la realización de una operación comando, similar a Entebbe, en pleno corazón de Egipto. Sólo lo más selecto de las fuerzas armadas israelíes se enteró de las características de la acción militar, que se decidió el 1 de marzo. Tres aviones Hércules 103 E serían utilizados como transporte  y un Hércules 103 H, conocido como Hipopótamo, estaría destinado únicamente a cargar un camión de arrastre de diez toneladas. Uno de los 103 E transportaría un hospital de campaña, mientras el otro contendría jeeps, armas ligeras, y cincuenta comandos cada uno. Además, un escuadrón de aviones F4 daría la cobertura aérea necesaria para la operación.

A las tres de la madrugada, se dio la orden “Zanek” en los aeropuertos de Tel Aviv, Ben Gurión y tres más secretos de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, todo fue calificado como “una operación de rutina”. La ruta que debían seguir pasaba sobre el sureste del Sinaí y el Mar Rojo, adentrándose directamente hacia el bajo Egipto. Un quinto avión Hércules volaba tras la flota por si alguno de los transportes quedaba fuera de combate. El plan era atacar violentamente y en forma decisiva, para terminar la operación en un promedio de dos horas y volver a Israel con la mayor rapidez posible. El camión, por su parte, debía abrirse paso atravesando los alrededores del Mar Rojo y cortando por la península de Sinaí para dirigirse a casa. Tras el camión irían los cuatro jeeps y los hombres que quedaran vivos después de la batalla, cuidando la preciosa carga. No habría paradas. El avión o vehículo que se quedara atrás o se rompiera, debía ser abandonado al momento. Los agentes secretos en territorio egipcio, habían sido instruidos para conseguir lanchas para cruzar el Nilo, la parte más peligrosa de la operación. El factor sorpresa era el más importante, ya que tenían que entrar y salir antes de que el Cairo tuviera el tiempo necesario para enviar fuerzas a interceptarlos. El Sinaí debía ser alcanzado antes de que les cortaran la retirada. En la pirámide de Snofru esperaban los integrantes del grupo de arqueólogos, nueve jóvenes excitados y anhelantes, que vieron llegar exactamente a las 13.00 horas a los aviones. Uno de los Hércules, que había sido habilitado como hospital, debía recoger a esos hombres para llevarlos de regreso a Israel.

La segunda orden era establecer un perímetro de defensa alrededor de la pirámide. El camión rodó fuera del vientre enorme del hipopótamo y se dirigió a la caverna. Ya los comandos se encontraban emplazando los cables y ganchos que debían mover la nave extraterrestre hacia su nuevo asentamiento sobre la plataforma. Fue entonces cuando llegó un contingente de egipcios. Evidentemente, los aviones habían sido localizados mediante el radar. Los soldados egipcios saltaron de sus vehículos y establecieron un frente de batalla a cierta distancia. Los israelíes, por su parte, enfilaron los morteros y armas ligeras hacia ellos. Luego de diez minutos de enconado combate, los egipcios se retiraron con fuertes bajas. Pero un nuevo contingente, mucho más poderoso, se acercaba a toda velocidad. Mientras tanto, se trabajaba febrilmente en los ajustes del OVNI sobre la plataforma. La lucha estalló de nuevo. Los morteros israelíes levantaban cataratas de arena entre las fuerzas egipcias y los cañones antitanques se cebaban en los vehículos que no esperaban semejante recepción de sangre y fuego. La puntería de los israelíes y la calidad de sus armas, frustraron todo intento egipcio por rodearlos. El OVNI ya estaba sobre el gigantesco camión. Los jeeps fueron colocados en torno al vehículo, enarbolando sus ametralladoras calibre cincuenta, enfriadas por agua. También los F4 ayudaban en tanto a la labor destructora de las fuerzas de tierra israelíes, arrasando con cohetes el campo de batalla. Terminada su tarea los aviones se pusieron en movimiento. Cada uno requería de muy poco espacio para despegar. Y así lo hicieron, bajo una verdadera lluvia de balas procedentes de los egipcios. Tres comandos fueron heridos, mientras se ultimaban los preparativos de la partida del camión con la nave espacial a cuestas. Once más habían muerto. Los egipcios, con base en su superioridad numérica, avanzaban paso a paso, aunque carecían de artillería y muchos yacían muertos o desangrándose sobre las arenas del desierto.

Con quince minutos de atraso sobre el plan establecido, los israelíes decidieron partir y el camión comenzó a rodar pesadamente sobre la arena. En cualquier momento podían aparecer los aviones de caza egipcios sobre sus cabezas. Los  jeeps avanzaban por delante y dos atrás, para proteger la carga que ya había costado varias vidas. Los vehículos egipcios habían sido inutilizados por la aviación israelí y por lo tanto éstos no podían perseguir a los comandos, por lo menos en la primera parte de la jornada. Mientras el convoy rodaba y cruzaba el Nilo, se informó que los F4 habían sostenido una cruenta batalla aérea con los Migs egipcios. Una llamada de alerta de radio fue enviada al Cairo. Pero las tropas enviadas para interceptar a los comandos no pudieron llegar a tiempo tal como lo había planeado Israel. Sin embargo, continuaron presionando a los invasores a través del Sinaí. En un momento, la lucha se hizo tan fuerte, que fue necesario detener el convoy y hacer frente al enemigo. Esta batalla, que se llevó a cabo a las 3 p. m., terminó con otros diez comandos muertos y un jeep completamente destrozado. La persecución comenzó de nuevo y siguió durante toda la noche. Al amanecer, quedaban aún 800 kilómetros de desierto inmisericorde por recorrer y el combustible se acababa. También los aviones F4 habían tenido que regresar a sus bases a cargar gasolina. Fue entonces cuando el Hércules número cinco entró en acción, aterrizando en las cercanías y dotando al convoy de gasolina, aceite y mantenimiento. Los heridos fueron también transportados al avión. Finalmente cruzaron la frontera israelí, los egipcios les siguieron la huella paso a paso, y cada enfrentamiento significó muerte y sangre por ambas partes. La nave espacial, preciosa carga, centro de toda la acción, sirvió muchas veces de refugio a los combatientes para disparar sus armas o para morir. Así fue la battalla de Snefru.

¿Valía la pena haber derramado tanta sangre, haber provocado una situación internacional extremadamente delicada, para apoderarse del misterioso objeto que reposaba bajo la pirámide de Snefru? Los israelíes sostienen que sí. Pese a que se guarda un estricto secreto en cuanto a las armas allí encontradas, según se supo después son de extraordinaria potencia, pero que algunas aún permanecen en el misterio ya que los expertos balísticos no saben ponerlas en funcionamiento. 

Misterios y Conspiraciones

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Por Alejandro