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En el vasto universo del conocimiento científico, una herramienta intelectual brillante y atemporal, conocida como la «Navaja de Ockham», ha sido utilizada por generaciones de investigadores para desentrañar complejidades y simplificar el camino hacia la verdad. Este principio, con raíces en el siglo XIV, ha persistido a través de los siglos y continúa guiando a científicos y pensadores en su búsqueda de explicaciones coherentes y eficientes.

¿Qué es la Navaja de Ockham?

La Navaja de Ockham, también conocida como «Principio de Parsimonia» o «Principio de Simplicidad», es una guía metodológica que postula que, entre múltiples explicaciones o teorías, la más simple y con el menor número de supuestos es generalmente la correcta. Esta idea se atribuye al filósofo y teólogo franciscano Guillermo de Ockham (1285-1347), cuyo pensamiento revolucionario dejó una huella indeleble en la filosofía y, en particular, en la ciencia.

Aplicación en la ciencia

En el contexto científico, la Navaja de Ockham se convierte en una herramienta esencial para la formulación y evaluación de teorías. Cuando los investigadores se enfrentan a fenómenos complejos o misterios por resolver, pueden plantear varias hipótesis explicativas. Sin embargo, el principio de simplicidad sugiere que, entre estas alternativas, la que requiere el menor número de supuestos ad-hoc o variables complicadas es más plausible.

La simplicidad no implica simplismo, sino más bien encontrar la explicación más económica y coherente con las observaciones y datos disponibles. La Navaja de Ockham insta a los científicos a evitar el exceso de entidades explicativas y a centrarse en la esencia del fenómeno.

Ejemplos emblemáticos

El poder de la Navaja de Ockham ha sido demostrado en numerosos descubrimientos científicos. Un ejemplo emblemático es el heliocentrismo propuesto por Copérnico frente al geocentrismo establecido. Mientras la teoría geocéntrica requería complejas órbitas circulares y epiciclos para explicar los movimientos planetarios, el modelo heliocéntrico postulaba órbitas elípticas simples alrededor del sol, lo que encajaba mejor con las observaciones astronómicas.

En la biología, otro ejemplo destacado es la teoría de la evolución de Darwin. Esta explicación sobre el origen de las especies y la diversidad de la vida se basa en cambios graduales a lo largo del tiempo, en contraste con la concepción de una creación divina instantánea de todas las formas de vida. La simplicidad inherente de la teoría evolutiva le otorgó una fuerza explicativa inigualable.

Por Alejandro