
En abril de 1980, el piloto Oscar Santa María, entonces oficial de la FAP, tuvo una misión peculiar: derribar un ovni que sobrevolaba la Base Aérea de La Joya, en Arequipa. Durante dos décadas la historia se guardó bajo siete llaves como un secreto militar. Pero a inicios de este siglo, papeles desclasificados del Departamento de Defensa de los Estados Unidos notificaron el suceso: en el Perú un piloto había atacado fallidamente a un ovni y más de 1800 hombres de armas habían sido los testigos. Entonces su vida cambió, lo invitaron a conferencias internacionales, un canal estadounidense lo buscó para hacer un documental, brindó entrevistas como nunca antes, pero muchos no le creyeron. ¿Le creerías a un hombre que asegura haberle disparado a un ovni?
La mañana que cambió la vida de Oscar Santa María está marcada en su memoria: 11 de abril de 1980. Ese día, la rutina empezó demasiado temprano para él como piloto, a las 4:30am. Su primera tarea fue cerciorarse que su nave estuviera en perfectas condiciones. Un par de horas más tarde, mientras todo el personal de la base estaba formado en el patio, un objeto en forma de globo se erigió en lo más alto del cielo arequipeño. Ningún radar lo detectó, pero estaba ahí, al alcance de los ojos.
Tres décadas más tarde, Oscar Santamaría recuerda nítidamente el suceso mientras se acomoda en la sala de su casa en San Borja, un distrito limeño. “El jefe de la base, Carlos Vásquez Zegarra me ordenó que me suba al Sukhoi, un cazabombardero de última generación, y derribara a esa nave espía”, dice. Lo cierto es que todos estaban seguros que tan solo era un objeto de espionaje que buscaba hacer fotografías del cuartel arequipeño.
7:15 am. El cielo arequipeño estaba limpio de nubes que entorpecieran la vista para el combate, el clima era el habitual: 15 grados. Santamaría tenía solo 23 años y los deseos de cumplir su primera gran misión a la perfección. Parecía sencillo, el globo no se movía, se había quedado a una altura de 600 metros, perfecto para derribarlo. El piloto despegó, se elevó a unos 2500 metros para tener ventaja en el ataque. Se preparó para un asalto que no tomaría más de un par de minutos. Apuntó, alistó y disparó una ráfaga de 64 obuses de 30 mm, capaces de derribar a cualquier enemigo. El impacto debió ser letal. Pero no fue así.
Tras la nube que se formó por el intenso humo de la ráfaga, Santamaría observó que el enemigo no había sido derribado. Al contrario, este se elevó a gran velocidad. Entonces empezó la persecución. “Yo trataba de acercarme para atacarlo, pero se alejaba velozmente, hasta que en un momento se detuvo súbitamente”. Una maniobra imposible incluso en los tiempos actuales. El piloto peruano tuvo que esquivarlo para evitar el choque inminente. El enemigo se elevaba cada vez más: 11 mil metros, 14 mil, 16 mil. Tras veintidós minutos de vuelo, la nave de Santamaría se encontraba por encima de los 19 mil 200 metros, superando sus propios límites y poniendo en grave riesgo su vida.
“El combustible se agotaba, a esa altura no podía realizar movimientos rápidos, entonces decidí que era momento de regresar a la base, mi misión no había sido un fracaso: había alejado al enemigo”.Para volver debía pasar cerca del enemigo, a unos cien metros. Lo hizo. La sorpresa casi lo hace caer de espaldas. La nave a la que se había enfrentado tenía la forma de un globo o foco, era de metal, y no tenía ventanas ni motores por ningún lado. “No lo podía creer, tuve miedo, me dije qué es esto”.
Santamaría contó lo sucedido a sus superiores. Le creyeron. Pero la orden fue guardar la información, como un secreto. No querían que periodistas ni curiosos llegaran en grupos a la base. Durante dos largas horas el enemigo estuvo en lo alto del cielo, vigilándolos. Luego se marchó.
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Cuando tenía ocho años, Oscar Santamaría soñaba con volar. En Ica, la ciudad donde nació en 1957, constantemente sus tíos paternos le contaban sobre la sensación de estar en los cielos. Por eso, cuando acabó la escuela secundaria no hubo la necesidad de preguntarle a qué se dedicaría. Todos lo sabían: iba a ser piloto. A los dieciséis años ingresó a la Fuerza Aérea Peruana, dos años más tarde por sus buenas calificaciones se convirtió en alférez.
Antes de aprender a manejar un carro, el joven Santamaría podía vanagloriarse que el piloteaba un avión sin dificultad. Y era cierto. Estuvo de servicio durante cinco años en la Base Aérea El Pato, en la ciudad de Talara, al norte del país. Luego fue traslado a la Base Aérea La Joya, por sus buenas habilidades para disparar.
Tras el suceso, la vida del piloto cambió. Empezó a informarse sobre avistamientos de ovnis en el mundo. Compró libros y revistas que se relacionaban con el tema, leyó de golpe “Yo visité Ganímedes” de Yosip Ibrahim. Pero sobre todo, esperó que vinieran por él. “Estaba seguro que vendrían por mí; no tenía miedo, al contrario estaba dispuesto a irme con ellos, la tecnología con la que contaban me atraía. Tenía mis cosas empacadas”.
Ese día nunca llegó. Con el tiempo, Oscar subió de rango, llegó hasta comandante, siguió cursos en el extranjero, se casó, tuvo dos hijos, se licenció y empezó a trabajar en la aviación comercial como asesor de seguridad de vuelo. La anécdota de su enfrentamiento con un ovni pasó a ser una historia curiosa entre amigos, un motivo de conversación al paso en reuniones familiares. Casi un olvido.
Las cosas cambiarían en diciembre del 2001, cuando la Fuerza Aérea Peruana (FAP), al igual que muchas instituciones militares en el mundo, creó un departamento exclusivo para investigar sucesos extraños en los cielos, bajo el nombre de Oficina de Investigación de Fenómenos Aeroanómalos (OIFA). El caso de Santamaría era el que más credibilidad tenía dentro de la FAP. Se le pidió su testimonio.
Aceptó a regañadientes, aunque solo escribió un texto en el que contaba los detalles. Revistas y diarios peruanos prestaron atención al caso. Santamaría no habló. Con el paso de los años accedió a tímidas entrevistas e invitaciones a conferencias en el extranjero. Luego entendió que su testimonio era valioso.
En noviembre del 2007, la periodista estadounidense Leslie Kean le envió un mail. En este correo le explicaba que lo invitaba a participar en un evento internacional del The National Club Press en Washington, que reunía a catorce ex –militares del mundo que habían tenido una experiencia con seres que no eran de este mundo. No solo eso, Kean le informaba que había descubierto su caso tras indagar en los papeles desclasificados del Departamento de Defensa de los Estados Unidos.
Santamaría aceptó de inmediato. Instalado en el país norteamericano revisó el comunicado y se enorgulleció. En el fondo era una prueba para todos aquellos que no creían en su relato. Durante los cuatro días que duró el evento, compartió anécdotas con pilotos de Israel, Francia, Chile, Ecuador y demás países. Al final llegó a una conclusión: era el único que había podido dispararle a un ovni, los demás no lo lograron. Cuando lo intentaron, sus sistemas de ataque se bloquearon.
Meses después, en febrero del 2008, el canal norteamericano History Channelle solicitó una entrevista que se transformó en un especial de más de 50 minutos para el programa Cazadores de ovnis. El documental se transmitió en todo el mundo en octubre de ese año. Santamaría se hizo famoso. Brindó entrevistas en canales peruanos y extranjeros, sus amigos lo felicitaron, su familia se acostumbró a recibir llamadas y él recibió decenas de invitaciones para participar en conferencias. Muchos le creyeron, otros tantos no.
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Hoy, el piloto pasa sus días como instructor de vuelo en Taca Perú, una de las aerolíneas más importantes del país. Los fines de semana los deja para su familia, compuesta por su esposa y sus dos hijos: un joven ingeniero y una jovencita a puertas de acabar la secundaria. Al menos dos veces por mes lo invitan, con todos los gastos pagados, para que departa su experiencia sobrenatural en alguna ciudad latinoamericana. Los ovnis nunca pasan de moda. Acaba de rechazar una invitación a Ecuador y otra a Argentina. Dice que no vive de esa anécdota, que tiene que trabajar. “Me invitaron a Ecuador por quince días, le dije a la persona que me invitó lo que le digo a todas: mi trabajo está primero”.
El piloto que quiso derribar un ovni sin saberlo ya tiene más de medio siglo de edad. En estos últimos años no solo ha perdido el cabello sino también las ganas de hablar sobre el tema en particular. “Habrá quienes crean en lo que digo, otros creerán que soy un charlatán. Pero qué ganaría con mentir, jamás alguien me ha pagado por mi testimonio”.
Solo hay un consuelo para este hombre. Cuando se pruebe, y no queden dudas, que los extraterrestres existen, su testimonio pasará a la historia. Mientras tanto solo le queda observar el cielo limeño despejado de platillos voladores y soltar un ùltimo pensamiento. “El primer hombre que le disparó a los extraterrestres. Bonita historia para contarle a mis nietos, ¿no?”
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