Según la tradición egipcia, los
primeros reyes no fueron hombres
sino dioses.
Parece contradictorio que, para una investigación seria y rigurosa, la paleoastronáutica recurra a “beber” de fuentes tales como son los mitos y las leyendas. La razón de ello no es otra que el propio significado de estos términos, pues según la Real Academia de la Lengua Española un mito es…: “fábula, ficción alegórica, especialmente en materia religiosa. Relato o noticia que desfigura lo que realmente es una cosa, y le da apariencia de ser más valiosa o más atractiva”. Y otro tanto nos sucede con leyenda…: “relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos”.
Si bien hay mucho de cierto en estas definiciones, muy curioso nos parece y más aún cuando han transcurrido muchos siglos de un suceso, determinar qué es un “dato histórico verdadero”, a sabiendas de que la historia, salvo muy raras excepciones, la escribe las culturas y pueblos vencedores, añadiendo y quitando a su interés todo aquello que beneficie su memoria. Por otro lado también es cierto que existen arquetipos predeterminados en la concepción del mundo por parte de los pueblos antiguos, pero no es menos cierto tampoco que una lectura como muchos definen “entre líneas” de estos mitos y leyendas, muchas veces de transmisión oral, son una riquísima fuente de información. Prueba de ello, por poner un solo ejemplo, ha sido la localización de antiquísimas ciudades o reinos perdidos, donde hoy podemos visitar sus ruinas arqueológicas gracias a la existencia de estas fábulas o míticos relatos. ¿Quién no conoce la historia de Einrich Schliemann y la búsqueda de la ciudad de Troya?
Entre estas leyendas que a duras penas han logrado sobrevivir al paso de los siglos, siempre me llamó mucho la atención aquella que hace referencia a uno de los dioses más famosos del panteón egipcio, Horus, el dios halcón, pero también según estas mismas leyendas, gobernante de Egipto en un tiempo muy lejano, en el que antes de los hombres gobernaron los dioses.
Hace 2.500 años, Heródoto escribía en su “Libro II de la Historia” que, en su visita a Egipto, los sacerdotes de Tebas le habían mostrado personalmente 341 estatuas, cada una de las cuales correspondía a una generación de sumos sacerdotes desde 11.340 años atrás en el tiempo. Le dijeron que las figuras representaban a hombres, pero que antes de esos hombres en Egipto reinaron los dioses, que habían convivido con los seres humanos. De todo ello guardaban datos muy precisos, ya que siempre, desde el principio de los tiempos, esa había sido su misión.
Otro historiador griego, Diodoro, que visitó Egipto en el Siglo I d. C., también habló y aprendió de los sacerdotes egipcios sobre su historia y tradición. Al igual que Heródoto pudo escuchar de boca de los sacerdotes que los humanos reinaban en el Valle del Nilo desde hacía poco menos de 5.000 años. Uno de los primeros cronistas de la Iglesia Cristiana, Eusebio, logró recoger numerosas crónicas que hacían el mismo tipo de referencias que Heródoto y Diodoro. Pero tal vez ninguno como Manetón, sumo sacerdote y escribano egipcio, supiese acaparar en sus textos la increíble historia de Egipto.
Manetón fue contemporáneo del General de Alejandro Magno, Ptolomeo, fundador de la Dinastía Ptolomeica (304-282 a. C.). Vivió en la Ciudad de Sebennitos y fue Gran Sacerdote en el Templo de Heliópolis, donde escribió los Tres Volúmenes de su Historia de Egipto, cuyos originales han desaparecido, y que conocemos en gran medida gracias al historiador griego Julio Africano, que recopiló numerosos fragmentos de su obra.
Manetón o Manetho (verdad de Thot), relataba en esta obra que los dioses reinaron sobre Egipto durante 13.900 años, y los semidioses que les continuaron otros 11.000 años más. Gracias a su clase sacerdotal, pudo acceder a numerosa información restringida que había sido recogida durante cientos y cientos de años. Según sus fuentes el primer Rey de Egipto fue Hefestos, quien inventó el fuego, le siguieron Cronos, Osiris, Tifón y Horus. Después, los“Shemsu-Hor” o seguidores de Horus, de origen semidivino, gobernaron durante 1.255 años. Les continuaron otros reyes por un periodo de 1.817 años. Otro periodo más de 1.790 años formado por treinta reyes que gobernaron en Menfis y 350 años más de otros diez soberanos que reinaron en Tanis. En total, sólo el reinado de los semidioses hasta la aparición de los reyes de la Época Dinástica Temprana, alcanzó 5.813 años, una auténtica patada a la historia y a la cronología establecida por la moderna egiptología.
Este mismo problema ha aparecido con las Listas de Reyes Sumerios, aparecidas en distintas tablillas con textos cuneiformes, como el W-B/144 ó W-B/62, donde se establecen fantásticos gobiernos de los dioses que se remontan a docenas de miles de años antes de lo establecido por la arqueología oficial. Aunque tal vez el caso más conocido por todos nosotros sea el de los Patriarcas Bíblicos, auténticas “máquinas de hacer años”, como los míticos Adán, Set, Enós, Cainán, Mahaleel, Jared, Enoc, Matusalén, Lamec, Noé, Sem, Arfaxad, etc, etc. La edad alcanzada por cualquiera de ellos, haría estremecer los presupuestos destinados a las pensiones por jubilación de la Seguridad Social.
A pesar del innegable esfuerzo de la arqueología por establecer una cronología “lógica” de los antiguos reinos e imperios, el prejuicio a la hora de establecer la existencia física de los dioses que todas las culturas establecen como los fundadores de la civilización en la Tierra, hacen imposible profundizar en una verdadera historia que continúa oculta a todos nosotros.
Antecedentes
Esta leyenda arranca mucho antes del nacimiento de Horus. Se podría decir que su inicio se gesta cuando los dioses y hermanos Geb (Dios de la Tierra) y Nut (Diosa del Cielo) cedieron el gobierno de Egipto a sus cuatro hijos, los Dioses Osiris y Seth, y las Diosas Isis y Neftis.
Era costumbre la unión entre hermanos y hermanas para poder aspirar a una mejor línea de sucesión al trono. Independientemente, no estaban mal vistas las relaciones amorosas fuera de estos matrimonios de conveniencia, pero para presentar un heredero al trono la primera regla era que el hijo nacido fuera de la esposa legítima, y si ésta no podía concebir, el primer hijo nacido de cualquiera de las concubinas o amantes. Pero un dato muy importante a tener en cuenta era que, si en cualquier momento, aun habiendo nacido el primogénito heredero, nacía un hijo del rey con su propia hermana, éste sustituía automáticamente al primero en la sucesión legítima a la corona de Egipto.
En el reparto de territorios que Geb y Nut hicieron entre sus hijos, el menos satisfecho fue Seth, por lo que comenzó a enemistarse con su hermano Osiris, su gran rival en el trono de Egipto. De estos cuatro hermanos, sólo Seth y Neftis eran hijos naturales de Geb, pues Nut concibió a Osiris con su abuelo Ra, y a Isis con el Dios Thot.
La sucesión al trono como se puede ver se complicó aun más al contraer matrimonio Osiris con Isis, y Seth con Neftis. Si bien Seth era el primogénito y heredero legítimo de su padre Geb, Osiris reclamó la corona porque su padre era el gran Ra, quien gobernó con anterioridad a Geb, y no solo eso, de su unión con Isis nacería un futuro heredero que bloquearía toda posibilidad a la descendencia de Seth, quien empezó a urdir una venganza contra su hermano Osiris para arrebatarle el trono de Egipto.
La muerte de Osiris
Coincidiendo con la visita de la Reina Aso de Etiopía, el Dios Seth preparó una gran fiesta de bienvenida en su palacio, invitando al resto de los dioses, incluido su odiado hermano Osiris. Para esta ocasión mandó preparar a sus mejores artesanos un gran cofre recubierto de piedras preciosas de gran valor con las medidas exactas en su interior de su hermano Osiris. Una vez terminado el banquete y los agasajos de honor a la Reina Aso, hizo sacar el espléndido cofre a la vista de todos los invitados, proponiendo un juego para amenizar a todos los presentes. Como si del cuento de la Cenicienta se tratase, prometió regalar el magnífico cofre a aquel que pudiera introducirse en él sin ningún tipo de dificultad que impidiera su posterior cierre. Uno detrás de otro, y alegres por la música y el buen vino, fueron intentándolo todos los invitados sin resultado. Cuando le llegó el turno a Osiris, rápidamente Seth ordenó cerrar la tapa con clavos, procediendo a su sellado derramando plomo derretido por encima del cofre. Seguidamente mandó arrojar el cofre al mar. Con este golpe de mano, Seth se hizo con el Trono de Egipto, sin que los demás dioses reaccionaran y convencidos de la muerte de Osiris.
Osiris en el centro junto a su esposa y hermana la diosa Isis (derecha). De su unión nacería Horus (izquierda).
Sólo su esposa y hermana, la Diosa Isis, comenzó a buscar el cofre, al que localizó junto a la costa de la Ciudad de Biblos, en el actual Líbano. Tras ocultarlo en un lugar que ella creía seguro, comenzó los preparativos para resucitar a su fallecido marido. Pero Seth se enteró de los planes de Isis y logró encontrar el lugar donde se encontraba escondido el cadáver de Osiris. Esta vez cortó a su difunto hermano en 14 pedazos y los dispersó por todo Egipto. Isis no cesó en su empeño de devolver a la vida a Osiris, y uno a uno durante varios años, fue recuperando todos los pedazos de su desmembrado esposo, excepto el pene. Pero esto no fue impedimento para que Isis concibiese un Hijo de Osiris, Horus, al que ocultó en los pantanos de la ira de su tío Seth.
Seth, por su parte, para terminar con todos los problemas de sucesión, raptó a Isis para obligarla a casarse con él, pero algunos dioses cansados de la actitud de Seth ayudaron a escapar a Isis. En su huida regresa a los pantanos y encuentra gravemente enfermo por la picadura de un escorpión a su hijo Horus. Sólo la ayuda del padre de Isis, el Dios Thot, logra salvar a Horus, quien en secreto comienza a ser educado y preparado para llegado el momento, vengar a su padre y recuperar su legítimo derecho a la corona de Egipto.
La venganza de Horus, el comienzo de la leyenda
Llegado el momento oportuno Horus hizo acto de presencia ante el Consejo de los Dioses, reclamando el Trono de Egipto ante la sorpresa de todos los presentes, incluido su tío Seth. Rápidamente urdió una nueva treta, y mandó retirarse al resto de los dioses para que deliberaran su decisión, mientras en un tono conciliador, invitó a Horus a su casa para hacer las paces.
Esta sorprendente historia, que más bien parece un tratado de ingeniería genética, como lo es el propio nacimiento de Horus, continúa con la violación de Horus por parte de su tío Seth, quien vierte su semen sobre Horus, sin llegar a depositarlo en su interior como Seth pensó. Informada Isis del suceso por su hijo, le ordena verter su semen en una copa y posteriormente lo arroja sobre la comida de Seth, sin éste saberlo. En ese momento y ante los dioses que aún dudaban sobre la decisión a tomar sobre la reclamación del joven Horus, éste proclama que la semilla de Seth no está en su interior, sino que su propia semilla es la que está dentro de Seth. Los dioses ordenan a Thot examinar el cuerpo de Seth, y éste confirma la presencia del semen de Horus en su interior.
Ofendido y burlado ante el resto de los dioses, Seth huye con ánimo de revancha, mientras que Horus es aclamado como el nuevo soberano de Egipto. Los problemas lejos de terminar, no han hecho más que empezar, pues Seth comienza una guerra desde sus dominios asiáticos de devastadoras consecuencias.
La guerra de Horus y Seth
De las batallas que se iniciaron entre Horus y Seth nos han quedado numerosos relatos como los que se pueden observar hoy en día sobre los muros del Templo de Edfú, principal ciudad de culto a Horus en el antiguo Egipto y donde según la leyenda guardaba su “disco alado”, con el que libró duros combates aéreos contra su odiado tío Seth.
En ayuda de Horus apareció un gran aliado, su bisabuelo Ra, que acompañado de un gran ejército de guerreros, se unió a las huestes de los “Shemsu-Hor”, o seguidores de Horus. La primera batalla fue sobre territorio nubio, cerca de la Ciudad de Asuán, y resultó un éxito para el ejército de Horus, quien, decidido a lanzar una ofensiva final contra las tropas de Seth, estableció una importante fundición de armas metálicas hechas en “hierro divino”, en su ciudad de Edfú, y donde entrenó a un ejercito de “mesniu” u hombres de metal, los primeros humanos que participaron en las guerras de los dioses.
Hasta el día de hoy los geólogos no han podido explicar las enormes cicatrices y zonas arrasadas o calcinadas que se pueden apreciar sobre la superficie del desierto de Sinaí, lugar entre otros de las épicas batallas entre Horus y Seth. También más al sur de Egipto en la antigua Nubia, actual Sudán, y gracias a herramientas como Google Heart, podremos localizar la montaña sagrada de Jebel Barkal, donde según la tradición se libró una de las mayores batallas de los dioses egipcios, y que al igual que en el Sinaí, muestra una serie de señales que incitan a pensar que su origen no fue en absoluto natural. La posición en el puntero de Google Heart es la siguiente: 18º32’12.60’’N – 31º49’42.66’’E .
Una batalla tras otra todo Egipto quedó bañado en un mar de sangre, donde dioses y humanos lucharon codo con codo, una auténtica masacre que quedó grabada en el recuerdo de los antiguos egipcios. Poco a poco Seth se fue replegando en sus posiciones, y su derrota parecía próxima. Ante el acoso y la superioridad de efectivos de Horus y sus aliados, Seth cayó por fin prisionero, y fue llevado ante el Dios Ra, quien ordenó su entrega a Horus e Isis, para que procediesen como creyeran conveniente.
Horus inició una orgía de sangre entre los compañeros prisioneros de Seth que fueron capturados junto a él, dejando el ajusticiamiento de Seth para el final. Pero ante la sorpresa de Horus, su madre Isis sintió lástima de su hermano Seth y le dejó escapar. La furia incontenida de Horus se volvió entonces contra su madre, a la que decapitó personalmente. Pero Thot le reinsertó de nuevo la cabeza.
Seth, tras permanecer escondido algún tiempo y reagrupar a algunas fuerzas dispersas, reinició los combates. Esta vez Horus al frente de sus tropas y sobre una “columna ardiente voladora” estaba dispuesto a dar el golpe final a las extenuadas fuerzas rebeldes. En la última de las batallas el vehículo aéreo de Horus resultó alcanzado, aunque él resultó ileso, pero no sin antes derribar la nave de Seth, quien perdió los testículos en el incidente.
Cansados de tantos horrores y muerte, el Consejo de los Dioses decretó una tregua, y llamó a ambos contendientes ante su presencia, la derrota de Seth era tan inminente que, no teniendo ya nada que perder accedió a presentarse ante el consejo.
Se decidió que Seth se retirase a sus dominios fuera de Egipto perdonándole la vida. A cambio, él aceptaba el derecho de Horus a tener la corona de Egipto como el único y legítimo heredero. Finalizada la guerra, tanto Ra como Horus agradecieron a los humanos su ayuda en la contienda, ofreciéndoles libaciones y ofrendas, y permitiéndoles edificar santuarios y templos junto a los de los dioses, así como una cuota de autogobierno a través de sus intermediarios, los sacerdotes, quedando para siempre en la memoria histórica del pueblo egipcio, y que el paso de los siglos nos ha hecho llegar en forma de leyenda.
Conclusiones
¿Fantasía o realidad? Lo único cierto es que, según la tradición egipcia los primeros reyes de Egipto no fueron hombres, sino dioses. Al principio de los tiempos, cuando los dioses descendieron sobre la Tierra, la encontraron cubierta por el fango y el agua. El principal de los dioses, al que los egipcios denominaron “Dios del Cielo y de la Tierra”, Ptah, fue el encargado de realizar grandes obras hidráulicas y de canalización, que lograron ganar terreno a las aguas. Ptah ubicó su residencia en la Isla Elefantina, cerca de la actual Asuán, y desde allí controló las crecidas del Río Nilo, asentando las bases para la civilización.
Después de 9.000 años de reinado, el Dios Ptah cedió el gobierno de Egipto a su hijo Ra, que al igual que su padre llegó a la Tierra en una barca celestial. El reinado de Ra duró 1.000 años, y le continuaron en el trono cinco dioses más, Shu (700 años), Geb (500 años), Osiris (450 años), Seth (350 años) y Horus (300 años).
Esta Primera Dinastía de Dioses-Reyes rigió en un “Tiempo Primero” o “Zep-Tepi”, el antiguo Egipto durante 12.300 años, sucediéndole una segunda dinastía con el Dios Thot a la cabeza que alcanzó una duración de 13.870 años. Posteriormente a estos dos periodos, el poder fue cedido a gobernantes semidivinos, mitad hombre mitad dioses, durante 3.650 años en los que se sucedieron, uno tras otro, treinta reyes.
En total fueron 17.520 años de poder y control de los dioses y semidioses, que finalizaron en un oscuro periodo de caos y anarquía, del que no existe la más mínima referencia, y que duró 350 años. Es en este momento cuando aparece la Primera Dinastía de gobernantes humanos, en la figura del faraón Narmer, primer gobernante reconocido oficialmente por la egiptología, pues el resto de lo anteriormente expuesto pertenece al mundo de la mitología y la fantasía. Es imposible, aseguran tajantemente los expertos que, antes de la aparición de la I Dinastía o Periodo Tinita (3.100 a.C.-2.700 a. C.), pudieran existir durante un tiempo tan prolongado semejante número de gobernantes, eso sin mencionar su origen divino y extremada longevidad.
Pero los egipcios estaban muy seguros de sus orígenes y de su historia. El tiempo era algo que controlaban muy bien los antiguos egipcios, precisamente gracias a sus dioses quienes, según ellos, les enseñaron a dividir el año (renpet) en doce meses (abed), de treinta días cada uno y divididos a su vez en tres semanas (mellu) de diez días cada una. Este calendario alcanzaba 360 días, y era complementado con cinco días especiales (jeriu-renpet). El año estaba formado por tres estaciones que venían claramente determinadas por el Río Nilo. La Primera Estación era la de la crecida del río (ajet), de mediados de junio a mediados de octubre. La seguía la Estación de la Germinación (peret) que finalizaba a mediados de febrero. Por último la Estación de la Cosecha (shemu).
Existían otros tipos de calendario, pero todos seguían una minuciosa y escrupulosa exactitud, transmitida generación tras generación. Con total seguridad, si un antiguo egipcio escuchara hoy en día que la cronología de los Dioses-Reyes que gobernaron Egipto mucho antes de Narmer, no es más que una fantasía, se llevaría un gran disgusto y un no menor enfado.
La entrada La memoria perdida se publicó primero en Mundo oculto.
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