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Tradicionalmente las guerras se han luchado en el campo de batalla. Cuerpos de infantería y caballería se disputan el dominio territorial apoyados por diversos tipos de “soportes”: en la antigüedad eran los arqueros, hoy, la aviación. A medida que las guerras cambiaban y que la intención cada vez más se volvía la destrucción del enemigo (y no el dominio de su territorio), técnicas de infiltración y destrucción de la moral desde adentro comenzaron a usarse.
Pero con la llegada del internet, esta estrategia logra unos alcances y unas posibilidades inexistentes hace algunas décadas. El dominio de un servidor, del acceso a información clasificada o a claves secretas de acceso puede permitir a un país sin industria bélica manejar las ojivas nucleares de las potencias. Así mismo, la destrucción del sistema informático de un país perfectamente puede ponerlo de rodillas, pues su aparato productivo sería incapaz de responder a las necesidades del conflicto. Factores como estos hacen que, cada vez más, nos preguntemos si no estamos en el umbral de la era de la guerra cibernética.
El temor aquí es que un “ataque preventivo” cibernético pueda doblegar una economía sin que siquiera medie una declaración de guerra.Así como en los tiempos de la guerra fría se temía que uno de los bandos súbitamente oprimiría el “botón rojo”, las posibilidades hoy de un ataque cibernético a gran escala podrían ser catastróficas.
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Uno de los principales temores es una acción ofensiva por parte del gobierno Chino. El conflicto por los mares de China Oriental y Meridional entre este país, Corea del Sur, Japón y algunos países del este asiático, podría desencadenar una demostración de fuerza del gigante chino (único país que no es un aliado cercano de los Estados Unidos). Tal conflicto, de darse, podría fácilmente escalar a una guerra regional, tras afectar seriamente las economías japonesa y surcoreana.
Los peligros de una guerra cibernética también pasan por la destrucción del aparato productivo y, sobre todo, del aparato distributivo de un país. Hoy día en los países desarrollados gran parte de la logística de distribución se maneja digitalmente, y se desconocen las consecuencias de una posible ruptura en estas redes. Así mismo, los riesgos de inestabilidad interna se hacen dramáticos si, por ejemplo, los registros monetarios y de propiedad se vieran destruidos.
Como en los tiempos de la guerra fría, hay una posibilidad de evitar dicho conflicto: la doctrina de Destrucción Mutua Organizada. En vista de que ningún sistema (al menos con las tecnologías actuales) es completamente seguroy que todos conocen las consecuencias de un posible ataque, el temor a represalias por parte del otro país (o de una coalición) desestimularía un ataque a gran escala. Sin embargo, esta doctrina tiene dos fallas importantes que no tenían las ojivas nucleares:
En primer lugar, la posibilidad de ataques a pequeña escala sobre los que un gobierno pueda luego negar ningún tipo de relación. Al contrario que las ojivas nucleares, los ataques cibernéticos pueden ser pequeños, localizados e imposibles de rastrear. Esto, de hecho, ya ha sucedido en varias ocasiones:
1999: durante la Guerra de Kosovo, un grupo de 450 informáticos enemigos de la OTAN penetraron los ordenadores estratégicos de la Casa Blanca y del portaaviones norteamericano Nimitz. En este caso, no se trataba de un ataque per se, solo de una demostración de fuerza.2003: en Taiwán un ataque cibernético dejó sin servicios decenas de hospitales, la bolsa de valores del país y algunos sistemas de control del tráfico. Con el ataque se lanzaron centenares de virus y troyanos. El ataque, del que se culpó al gobierno chino, jamás pudo ser esclarecido.2007: en un caso semejante al anterior, Estonia culpó al gobierno ruso de ataques sistemáticos contra su infraestructura.2010: las bases de datos con respecto a la información sobre uranio enriquecido de Irán sufre ataques cibernéticos.2013: el sistema de energía eléctrica deChicago sufre un total de 25 ataques de computadores provenientes de Luxemburgo. Nunca se pudo capturar a los responsables.
Por supuesto, que un computador se encuentre en una región determinada no significa que el ataque sea responsabilidad del gobierno de ese país, lo que nos lleva a un segundo punto:
En un contexto de dependencia de los sistemas de información, es viable para un país pequeño o un colectivo transnacional alcanzar el poder que, hasta hoy, solo tenían las grandes potencias. Un grupo de hackers comprometidos con una causa puede igualar en poder a la agencia de inteligencia china, por dar un ejemplo. Y los peligros que se derivan de esto son impresionantes.
Un grupo de radicales, sin ubicación, sin ningún tipo de relación, podrían afectar un país en el mismo grado que una gran potencia que le declarara una guerra cibernética. Nada nos protege contra un evento de este tipo más que la seguridad del gobierno en cuestión. Y no solo eso:
El “ciberterrorismo” podría ser usado como una herramienta de control por parte de las clases dirigentes, principalmente en países donde la información no alcanza a gran parte de la población. Así como Internet nos ofrece un mundo en el que todos somos iguales, la desigualdad en su acceso puede derivar en grandes peligros.
Estos factores nos indican que es poco probable el surgimiento de una Tercera Guerra Mundial por internet, pero que el “ciberterrorismo” es una realidad cada vez más palpable que incluso podrían usar gobiernos sin aceptar mediación en el acto, claro. Es por ello que la seguridad informática será una de las principales preocupaciones de los países (y las empresas) en el siglo XXI.
Y tú, ¿temes a la posibilidad de una guerra cibernética?
La entrada La tercera guerra mundial sería cibernética se publicó primero en Mundo oculto.
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