En los años 50 un grupo de científicos de EEUU comenzó a trabajar en un nuevo sistema de excavación térmica alimentado con energía nuclear que prometía atravesar las rocas más duras como si fueran mantequilla. Esta es la historia de un sistema revolucionario que pudo ser, pero no fue.
A finales de la década de los 50, la fisión nuclear era una tecnología en plena efervescencia. A esta moda se subieron ejércitos, agencias espaciales y los centros de investigación más punteros. Uno de estos centros era —y sigue siendo— ‘Los Alamos Scientific Laboratory’ (LASL), en EEUU. Uno de sus investigadores, el científico nuclear Bob Potter, acababa de terminar el propulsor atómico del proyecto DUMBO, en el que estaban involucradas la NASA y las Fuerzas Armadas estadounidenses.
Los reactores nucleares como los que diseñaba Potter tenían la peculiaridad de que generaban mucho más calor que los que se utilizaban como fuente de energía. Así que, según cuenta Atom Skies, cuando el investigador leyó ‘At the Earth’s Core’, un libro de ciencia ficción de Edgar Rice Burroughs, el autor que creó la saga de Tarzán, se le ocurrió que uno de estos reactores podría ser más eficiente que el «topo de hierro» que aparece en el libro y que es capaz de hacer túneles a cientos de kilómetros de profundidad. Tal vez, pensó Potter, en lugar de perforar la roca, se podría fundir.
El investigador se puso a trabajar y creó un dispositivo con un cabezal penetrador de tungsteno, un material que conduce bien el calor, y lo probó en unas rocas de basalto que recogió en la obra de la carretera que estaban haciendo cerca de su laboratorio. El sistema funcionó perfectamente, el cabezal al rojo vivo y un poco de presión fueron suficientes para fundir la roca y expulsar la piedra derretida hacia los lados. Sin embargo, los supervisores de Potter no quedaron muy impresionados con el concepto y el proyecto se quedó guardado en un cajón.
Ocho años más tarde, ya a finales de los sesenta, el proyecto volvió a la vida de manera casual. Los trabajadores del LASL solían reunirse los viernes después del trabajo en un bar para charlar y dar vueltas a sus ideas en un ambiente más distendido. Alguien desempolvó el viejo concepto de la tuneladora térmica, sugiriendo que se podría mejorar con los nuevos materiales que habían surgido en la época. Además, pensaron en en lugar de utilizar electricidad para calentar el cabezal de tungsteno, podrían crear unos tubos de calor para conectarlo a un reactor nuclear compacto.
Manuel Lujan, un representante del congreso de Los Alamos, estaba sentado en la mesa con los investigadores y confundió una mera idea con un proyecto oficial del LASL. Luján se entusiasmó tanto que no solo expresó su aprobación a la idea en el momento, sino que más tarde, explica Atom Skies, se pondría en contacto con la Comisión Mixta de Energía Atómica en Washington para expresar su satisfacción por el programa.
Potter le contó lo sucedido a Norris Bradbury, director del LASL, que también consideró el nuevo concepto como una buena idea y animó al investigador a organizar un estudio sobre el mismo. Pocos meses después el sistema se bautizó con el peculiar nombre de ‘Nuclear Subterrene’ (subterrestre nuclear, que es la adaptación la palabra submarino, pero para la tierra) y se presentó una patente que consistía en una máquina perforadora construida en torno a un reactor refrigerado por sal de litio fundida en lugar de por agua, como era habitual en los reactores utilizados para generar electricidad.
La temperatura de la punta del perforador podía alcanzar los 1.500 grados Célsius, lo suficiente como para fundir y resquebrajar las rocas que se encontraba en su camino y, de paso, crear un revestimiento liso y sólido en el túnel con los restos. El sistema podía teóricamente alcanzar una profundidad de hasta 15 kilómetros, además el coste previsto de funcionamiento era mucho más barato que los sistemas de perforación de la época y no era tan perjudicial para el medioambiente. El sistema serviría para construir infraestructuras subterráneas, hacer prospección de recursos o excavar pozos geotérmicos.
Pero en 1975, el proyecto pasó a manos de la Administración de Investigación y Desarrollo Energéticos, un equivalente al Departamento de Energía actual, que no quiso continuar con él. A pesar de que el ahorro de costes era significativo respecto a otros métodos, la Administración no pensaba que la energía nuclear fuera ideal para usarse en un aparato como el ‘Subterrene’. Esto, unido a la incapacidad del LASL de encontrar socios comerciales que les ayudarán a continuar con el desarrollo, acabó por darle la puntilla final al proyecto, que terminó oficialmente en 1976 sin llegar a construirse.
En los años 50 un grupo de científicos de EEUU comenzó a trabajar en un nuevo sistema de excavación térmica alimentado con energía nuclear que prometía atravesar las rocas más duras como si fueran mantequilla. Esta es la historia de un sistema revolucionario que pudo ser, pero no fue.
Por el confidencial