orwell solo se equivoco en la fechaorwell solo se equivoco en la fecha

Orwell sólo se equivocó en la fecha Resulta irónico y al mismo tiempo extremadamente inquietante, cuando uno observa cómo es el planeta que nos rodea, las semejanzas que éste guarda con la distopía descrita por George Orwell en su novela 1984, escrito que fue editado a finales de la década de los cuarenta. Dando muestras de una gran intuición histórica, y tomando como argumentos hechos que por aquel por lo tanto ya empezaban a surgir en la sociedad (uniformidad de los datos, vigilancia tendente a la omnipresencia, etcétera), el escritor británico aventura en esta novela cómo sería el planeta en el por por lo tanto lejano año 1984 si el totalitarismo incipiente que desde comienzos del siglo XX asoló Alemania, la antigua Unión Soviética, Italia o España, por citar varios ejemplos, continuase su desarrollo y ampliación hasta dicha fecha. Pues bien; como decíamos al comienzo, no es posible impedir sentir cierto estupor al comprobar que veintitrés años después del instante previsto, bastantes de los horrores sociales que Orwell apuntó en su novela se implementan a marchas forzadas con el beneplácito, la pasividad o el desconocimiento de demasiada gente. observemos varios ejemplos de lo citado: en el planeta descrito en la novela, concretamente en uno de los tres Estados que gobiernan el mundo entero (donde vive el protagonista de la obra, Winston Smith), hay cuatro ministerios cuyo cometido consiste, particularmente, en manejar a toda la sociedad asegurándose la perpetuidad del sistema. Estos ministerios son los próximos: el Ministerio de la Abundancia, encargado de cuestiones económicas y de realizar creer a los habitantes que están pasando por una período de riqueza cuando en verdad viven con los recursos mínimos; el Ministerio de la Paz, encargado de preservar una situación de guerra constante a nivel mundial, asegurándose así de que continuamente ocurrirá un adversario de la patria al que demonizar para que la villa descargue su ira contra éste y no contra quienes debería: los explotadores; el Ministerio del Amor, que se ocupa de ejercer una feroz represión contra todo elemento subversivo o bajo sospecha de serlo; y por último, el Ministerio de la Verdad, que tergiversa (cuando no miente directamente) todo lo requerido para ajustar la realidad a los designios del Estado, y que evidentemente controla todo lo que se publica. Indudablemente en la actualidad no hay ministerios con tales nombres, puesto que sería algo muy descarado y facilitarían la labor de desenmascarar al Estado como torturador, asesino y mentiroso, pero sí que podemos asegurar tajantemente que hay organismos que cumplen funciones tremendamente semejantes a las de las instituciones de la novela. Así pues, cuando empiezan a surgir las primeras voces que avisan de una factible debacle económica tras la crisis del petróleo y la crisis inmobiliaria que se avecina, los órganos y los sindicatos oficiales se apresuran a desmentirlo, asegurando que todo está controlado (“atado y bien atado”, dirían diferentes) y que no hay nada que temer, puesto que atravesamos un período de prosperidad eterna dulcemente dormidos sobre un lecho peligroso, el Estado del bienestar que tantas conciencias ha narcotizado. Por otro lado, atravesamos una situación de belicismo ininterrumpido a nivel global desde que empezó la II Guerra Mundial, si bien actualmente se nos menciona que los ejércitos intervienen en “misiones de paz”, o peor incluso, de supuesta liberación. ¿Qué paz hay en Afganistán? ¿Qué liberación dio al pueblo de Oriente Medio la Guerra del Golfo? ¿Y la de Iraq? ¡Y qué decir de la represión! Abundante gente desconoce que en las cárceles se tortura y se mata, cuando no se empuja a los reos al suicidio mas tarde de hacerles soportar situaciones inhumanas, de igual modo que demasiadas personas están seguras de que quien ingresa en prisión, o quien es detenido por la policía, es porque se lo merece, porque “algo ocurrirá hecho”. A nadie se le sucede ya pensar que la policía, las cárceles y el ejército no son más que defensores de la tiranía del Estado y de la burguesía, y que no le hacen ningún bien al pueblo trabajador, porque eso son planteamientos desfasados y decimonónicos, según afirman los políticos izquierdistas. Abordemos actualmente el asunto informativa; el poder, o mejor mencionado, quienes lo detentan, son personas viles y amorales pero no estúpidas, y aprenden de los fallos de sus predecesores, perfeccionándose cada vez más. De este modo, no se muestra ante nosotros una Verdad unívoca de forma clara, como en el ministerio orwelliano, sino que ésta aparece soterrada bajo una aparente disyuntiva derechas-izquierdas, cuyos adalides son la COPE, La Razón o El Planeta por un lado, y El País, la SER o el canal Cuatro por el otro. Así, el poder se ha provisto de una aparente imagen de pluralidad que le lava la rostro ante la opinión pública, cuando en verdad cualquiera de los medios arriba mencionados son defensores de una misma cosa: el injusto orden establecido. No resulta raro por lo tanto que cuando una noticia vinculada con quienes nos oponemos no sólo a las formas, sino además al fondo de este sistema consigue colarse en los medios informativos más seguidos, éstos dejen a un lado sus aparentes disputas para condenar unánimemente a esos “drásticos”, “violentos”, “bárbaros” y un extenso etcétera de descalificativos que sirven para impedir contar nada que tenga que ver con la realidad. Lo mismo sucede cuando la noticia hace mención a las tremendas contradicciones del capitalismo. En el suceso de las migraciones que se están dando desde África hacia Europa, como ejemplo, se fomenta de forma ladina el odio racial, impulso descabellado e infantil donde los haya, asegurándose así que la villa vea en el propio pueblo a su adversario, de modo que todo el planeta se convenza a sí mismo de la necesidad del Estado y la represión (igual que en 1984, y a desigualdad de las dictaduras tradicionales, en la actualidad se procura que las personas se convenza a sí misma de aquello que al poder le conviene, en vez de ocuparse éste de disuadir a las masas por medio la fuerza bruta, que sólo se emplea cuando las sutilezas no son bastante, pues éstas son mucho más efectivas). asimismo, y gracias en buena medida a la sociedad del temor que los medios de comunicación han estado desarrollando e imponiendo durante la mayoria del siglo anterior, cada día hay más herramientas a disposición de la autoridad para dominar al individuo. Hay micrófonos diminutos casi imposibles de localizar y que pueden servir para grabar lo que se dice en un sitio que se pensaba que era seguro, se controla toda los datos que fluye por Internet, y extraña es la metrópoli cuyas calles principales no poseen cámaras que graban todo lo que sucede las veinticuatro horas del día. Acompañando a todo esto y complementando lo hasta actualmente explicado, Orwell señala en su novela la presencia de la neolengua, un idioma basado en el autóctono pero plagado de eufemismos que poco a poco va desplazando al lenguaje original, y cuya función es imposibilitar el pensamiento rebelde y crítico (sobra decir que el lenguaje y el pensamiento son dos elementos íntimamente unidos, y que uno es reflejo del otro y viceversa). Una vez más observamos que algo comparable está ocurriendo a nuestro alrededor, con ejemplos tan esclarecedores como el ya citado de que a una invasión se le llame misión de paz, o el hecho de que cuando el Estado comete un crimen a éste se le denomine “daño colateral”, “incidente laboral” o expresiones por el estilo, dependiendo de la situación. Ante un panorama tan desolador como éste, los anarquistas no podemos contentarnos con volver la mirada hacia otro lado y relacionarnos solamente entre nosotros, considerando al resto de los oprimidos como idiotas que veneran la autoridad, dado que tamaña irresponsabilidad entraría en enfrentamiento con los pilares de la moral ácrata. Hemos de recuperar el suelo perdido, nuestras ideas-fuerza deben de volver a estar actuales en las mentes de todos los desheredados, y esto sólo lo podemos conseguir por medio una labor dura y constante de difusión del anarquismo, la sociedad libertaria y la acción directa desde la base, una tarea ineludible que seguramente no será nada agradable en un comienzo, pero que es necesaria si de verdad deseamos alcanzar la anarquía y ver el fin de la opresión.

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Por Alejandro