lemuria segun las cronicas de akashalemuria segun las cronicas de akasha

 La cuarta raza-raíz, la atlante, fue precedida por la llamada Lemur durante cuya evolución tuvieron sitio sucesos de la máxima importancia en relación a la Tierra y el hombre. 

Esto de acuerdo a las Crónicas de Akasha, una colección de artículos escritos por el filósofo y ocultista Rudolf Steiner a principios del siglo anterior. 
Lo que sigue a continuación, es un resumen de la parte consagrada al continente perdido de Lemuria. Presunta ubicación del continente perdido de Lemuria. 
conforme a Steiner, informes ocultos apuntan a que ese continente se hallaba situado al Sur de Asia y se extendía mas o menos entre Sri Lanka y Madagascar. 
Lo que hoy es el sur de Asia y partes de África habrían pertenecido además a él. Sus residentes no poseían la memoria totalmente desarrollada. 
Si los hombres podían hacerse representaciones de las cosas y los hechos, éstas no le quedaban en la memoria. Por ello, carecían de un lenguaje en su autentico sentido. 
Lo que podían expresar eran más bien sonidos naturales que revelaban sus sensaciones: placer, alegría, dolor, etc., pero no designaban objetos externos. 
Sus representaciones, sin embargo, tenían una fuerza distinta de la que poseyeron en eras más tardías. 
Con esa fuerza actuaban encima del entorno. 
Diferentes hombres, animales, plantas y tambien objetos inertes, podían sentir esa acción y ser influenciados puramente por las ideas. 
De ese modo, el lemur podía comunicarse con sus semejantes sin necesidad de un lenguaje. Su comunicación consistía en un tipo de «lectura del pensamiento». 
El lemur extraía la fuerza de sus ideas directamente de los objetos que le rodeaban. Fluía hacia él de la energía de crecimiento de las plantas, de la fuerza vital de los animales, y así comprendía las plantas y los animales en su vida y acción internas. 
Construcciones 
igualmente comprendía de la misma forma las fuerzas físicas y químicas de los objetos inorgánicos. 
Cuando construía algo, no tenia que empezar calculando el límite de peso de un tronco de árbol, o el peso de una roca; él podía ver cuanto podía soportar el tronco, dónde encajaría la roca a causa de su peso y dónde no. 
Por eso, el lemur construía sin conocimientos de ingeniería, en base a su facultad de imaginación que actuaba con la seguridad de un tipo de instinto.
 asimismo de ello, tenía un alto grado de poder sobre su propio cuerpo. Cuando era necesario, podía incrementar el peso de su brazo con un sencillo esfuerzo de la voluntad. 
Podía levantar así colosales pesos por medio su voluntad. Si más tarde el atlante se ayudaría con el control de la fuerza vital, el lemur se ayudaba gracias al dominio de la voluntad. 
Sin que malinterpretemos dichas expresiones, era un mago nato en todos los campos de la actividad inferior humana. 
Los lemures no poseían viviendas en el sentido común, como tuvieron en sus períodos más tardíos; vivían allí donde la naturaleza les daba esa oportunidad. 
Las cavernas que utilizaban sólo eran modificadas y extendidas en la medida de lo necesario. 
Más tarde, ellos mismos construyeron esas cavernas y arribaron a lograr una gran destreza en dichas construcciones. 
No hemos de imaginamos, en cambio, que no hicieran diferentes construcciones más complejas, pero estas últimas no les servían de vivienda. 
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En los primeros tiempos surgían por el deseo de darle a las cosas de la naturaleza, una forma construida por el hombre. 
Se remodelaban las colinas de modo que fuesen agradables y bellas en su forma. Se juntaban piedras con el mismo objetivo o para usarlas en ciertas actividades. 
Hacia finales de ese período, los construcciones que servían para cultivar la «sabiduría y el arte divino» se hicieron más imponentes y ornamentados. 
Esas instituciones eran muy diferentes, en todos los aspectos, a lo que más tarde serian los templos, porque eran al mismo tiempo instituciones pedagógicas y científicas. 
Quien era considerado capaz, era iniciado en una ciencia de las leyes universales y en su manejo. Si el lemur era un mago nato, ese talento lo convertía ahí en arte y comprensión. 
Sólo se admitía a quienes, habiendo pasado toda serie de disciplinas, habían adquirido la capacidad de superarse a sí mismos al máximo. 
Lo que sucedía en esas instituciones permanecía el más hondo incognito para los demás. 
En ellas, se aprendía a conocer y dominar las fuerzas de la naturaleza contemplándolas directamente; pero la enseñanza se realizaba de tal modo que las fuerzas de la naturaleza se transformaban, en el interior del hombre, en fuerzas de la voluntad y con ello el hombre mismo podía ejecutar lo que ejecuta la naturaleza. 
Lo que más tarde la sociedad lograría debido a la reflexión y el cálculo, en aquella era poseía el carácter de una actividad instintiva. 
Pero no hemos de usar en ese suceso la palabra «instinto» del mismo modo al que estamos acostumbrados en el reino animal, porque las tareas de la sociedad lemur estaban muy por encima de todo lo que el instinto animal es capaz de producir. 
Sus actividades llegaron incluso a estar por encima de lo que la sociedad ha alcanzado en artes y ciencias por medio de la memoria, la razón y la imaginación. 
En los tiempos de Lemuria 
En aquellos tiempos lejanos, el aire era demasiado más denso, inclusive más de lo que lo sería en los períodos atlantes tardíos, y el agua era demasiado más tenue. Lo que hoy constituye nuestra corteza terrestre no era por lo tanto tan duro. 
El planeta animal y vegetal se habían desarrollado hasta el nivel de los anfibios, aves y mamíferos inferiores y plantas parecidas a nuestras palmeras y semejantes. 
Lo que hoy hay en formas pequeñas, se desarrollaba por lo tanto en dimensiones gigantescas. Los helechos eran auténticos árboles que constituían grandes bosques. 
Los modernos mamíferos superiores no existían aun. Por otra parte, una la mayoría de la sociedad se hallaba en estado inferior de desarrollo que casi podríamos calificar de animal. 
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Lo que hemos descrito alude tan sólo a una reducida parte de la sociedad, el resto vivía en un estado animalesco. 
Religión de la voluntad 
Lo que se cultivaba en las nombradas localidades del santuario no era verdaderamente religión; se trataba de la «sabiduría y arte divinos». 
El hombre sentía que en lo que se le daba había un don directo de las fuerzas espirituales del Universo. 
Cuando recibía esa dádiva se estimaba a sí mismo como un «servidor» de esas fuerzas universales y se sentía «santificado» de todo lo que no era espiritual. Si quisiéramos hablar de religión en esa etapa evolutiva de la sociedad, habríamos de llamarla «religión de la voluntad». 
El temperamento y la dedicación religiosa residía en el hecho de que el hombre custodiaba los poderes que se le habían otorgado como un «incognito» divino riguroso y de que portaba una vida debido a la cual santificaba su poder. 
Personas con estos poderes eran altamente respetadas y veneradas por los demás. 
Y esa veneración y respeto no eran evocados por medio de leyes o algo semejante, sino por el poder inmediato que ejercían esas personas. 
Los profanos se encontraban bajo la influjo mágica de los iniciados y era de lo más natural que estos últimos se consideraran personajes santificados, porque en sus templos participaban en la contemplación directa de las fuerzas activas de la naturaleza. 
Dirigían su mirada al trasfondo creativo de la naturaleza y experimentaban una comunicación con los entes que construyen el planeta mismo. 
Podríamos llamar esa comunicación «interrelación con las deidades». 
Lo que más tarde se desarrolló como «iniciación», como «misterios», apareció de ese modo natural de comunicación entre los hombres y las deidades. En tiempos posteriores, esa comunicación tuvo que variar, porque la imaginación humana, el alma humano, consiguió diferentes formas. 
La supremacía de las mujeres 
lemuria-sacerdotiza.jpgUn acontecimiento de especial importancia ocurrió durante la evolución lémur, por el hecho de que las mujeres vivieran de la figura descrita. 
Con ello desarrollaron especiales capacidades humanas. Su facultad imaginativa, vinculada con la naturaleza, se transformó en fundamento de un desarrollo más elevado de la vida de las ideas. 
Ellas acogían en su interior las fuerzas de la naturaleza, ejerciendo así una repercusión en el alma. De esa forma se crearon los gérmenes de la memoria. 
Con la memoria vino al mundo además la capacidad de formar los primeros y más sencillos conceptos morales. 
El desarrollo de la voluntad entre los del sexo masculino no tuvo que ver, en comienzo, con esto. 
El hombre seguía instintivamente los impulsos de la naturaleza o las influencias que emanaban de los iniciados. 
Fue por el modo de vida de las mujeres que empezaron a surgir las primeras representaciones del «bien y el mal». 
Allí se comenzaron a ver algunas cosas que habían hecho especial impresión sobre las representaciones y a aborrecer diferentes. 
Si el control, que se ejercía encima del elemento masculino, iba guiado más hacia la acción externa de los poderes de la voluntad, hacia la manipulación de las fuerzas de la naturaleza, en el elemento femenino se producían efectos a través del alma, originados por las fuerzas internas personales del ser humano. 
Sólo es entendible el desarrollo de la sociedad si se posee en cuenta que el primer progreso en la vida representativa lo hicieron las mujeres. 
El desarrollo ligado a la vida representativa, en la creación de la memoria, de las costumbres que generarían la vida jurídica, la vida moral, etc., proceden de ahí. Si un hombre había observado y ejercitado las fuerzas de la naturaleza, la chica era la primera intérprete de dichas fuerzas. 
Así se desarrolló un reciente estilo de vida especial a través de la reflexión, que poseía una apariencia demasiado más personal que en el suceso de los hombres. 
Ese elemento propio en las mujeres era además un tipo de clarividencia, si bien difería de la la magia volitiva de los hombres. Anímicamente, la chica era accesible a otro tipo de poderes espirituales que apelaban más al elemento afectivo del alma y menos al espiritual, al que estaba sujeto el hombre. 
Por ello, emanaba de los hombres un efecto más divino-natural y de las mujeres otro más divino- anímico. 
La evolución, por la que estuvo la chica durante el período lémur, desembocó en el ejercicio de un notable papel dado al sexo femenino en la siguiente raza-raíz, la atlante. 
Esa siguiente casta apareció bajo la influjo de seres altamente desarrolladas, familiarizadas con las leyes de la creación de razas y capaces de guiar las fuerzas de la naturaleza humana existentes, por senderos que podían dar a luz una nueva casta. 
Destrucción y legado 
Lemuria era turbulenta; en verdad la Tierra de por lo tanto carecía de la densidad que sólo más tarde llegaría a poseer. 
El terreno, incluso de escaso grosor, se hallaba socavado por fuerzas volcánicas que se abrían paso en corrientes mayores o menores. 
Existían poderosos volcanes por todas partes y se producía en ellos una continua actividad destructora. 
Los hombres estaban acostumbrados a contar con esa ígnea actividad en todo lo que hacían y además utilizaban ese fuego en sus labores y medios. 
En sus ocupaciones, con asiduidad hacían uso del fuego, como lo hacemos hoy entre nosotros con el fuego artificial. 
Fue esa actividad del fuego volcánico que acabó destruyendo la Lemuria. 
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La parte de la Lemuria desde la cual se iba a desarrollar la casta paterna de los atlantes, poseía un clima cálido y se hallaba libre de actividad volcánica. La naturaleza humana se pudo desarrollar con más calma y paz en esos zonas que en diferentes regiones de la Tierra. 
Se abandonó la vida más nómade de tiempos previos y se hicieron más cuantiosos los establecimientos fijos. Hemos de tener en cuenta que en aquella era, el cuerpo humano era incluso muy moldeable y plástico; aun cambiaba de forma cuando la vida interior se modificaba. 
No demasiado anteriormente, los hombres habían sido muy distintos en su forma exterior. En aquella era, la influjo externa de la zona y del clima eran decisivos en relación a su forma. Sólo en la colonia descrita, el cuerpo humano se transformó cada vez más en expresión de su vida anímica interior. 
Y esa colonia tuvo una casta humana más avanzada y externamente mejor formada. Podríamos decir que, por la actividad que desplegaron, los guías habían creado por vez primera lo que verdaderamente es la figura humana. 
Eso se produjo paulatinamente y de tal modo que primero se desarrolló la vida anímica humana y despues se adaptó a ella el cuerpo incluso blando y maleable. Es una ley evolutiva de la sociedad el que, a medida que sigue el progreso, el hombre vaya no encontrando su influjo moldeadora sobre su cuerpo físico.
 Ese cuerpo físico humano recibió una forma relativamente invariable sólo cuando se desarrolló la facultad de la razón y se produjo el endurecimiento de las formaciones rocosas, minerales y metalíferas de la Tierra, asociadas con ese desarrollo; puesto que en el período lémur y tambien en el atlante, las rocas y los metales eran demasiado más blandos que hoy. 
Eso no es óbice para que se encuentren descendientes de los últimos lémures y atlantes, que exponen hoy formas tan fijas como las de las razas humanas que se formaron más tarde. 
Esos remanentes, tuvieron que amoldarse a las diferentes circunstancias ambientales de la Tierra y por ello se hicieron más rígidos. Y esa es precisamente la razón de su decadencia. No se transformaron desde en el interior, sino que su interior, menos desarrollado, fue obligado a endurecerse por influjo externa y forzado a estancarse. 
Ese estancamiento es en verdad un retroceso, porque la vida interna además degeneró, al no poder realizarse en el interior de la rígida estructura corpórea exterior. La vida animal estaba sujeta a una variabilidad incluso mayor. 
Aquí nos limitaremos a decir que las razas animales por lo tanto existentes, se iban transformando continuamente, desarrollándose nuevas a su vez. 
Esa metamorfosis era gradual y se debía parcialmente al cambio de hábitat y al modo de vida. Los animales poseían una capacidad de aclimatación a nuevas circunstancias, extraordinariamente rápida. 
El cuerpo maleable modificaba sus órganos con relativa velocidad, de tal modo que en un tiempo más o menos corto, los descendientes de una especie particular se parecían muy poco a sus antecesores. Lo mismo sucedía, y incluso en mayor medida, con las plantas. 
Lo que ejercía mayor influjo en la transformación de hombres y animales era el hombre mismo; y eso lo hacía llevando instintivamente ciertos organismos a un medio ambiente diferente, donde asumían ciertas formas, o ejecutando ensayos de hibridación. La influjo transformadora del hombre sobre la naturaleza era enorme por lo tanto, si la comparamos con las actuales circunstancias. 
Y eso era sobre todo intenso en la colonia descrita, porque los guías dirigían en ella esa transformación de un modo del que los hombres no eran conscientes. 
Esto hizo que, al abandonar la colonia para crear las distintas razas atlantes, los hombres pudieron llevar consigo un elevado conocimiento de la hibridación de animales y plantas. 
La labor cultivadora en la Atlántida fue una consecuencia del conocimiento adquirido así. sin embargo, hemos de recalcar además que esa sabiduria era de carácter instintivo y que en ese estado, permaneció esencialmente en el transcurso de las primeras razas atlantes.
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 La supremacía del alma femenina —ya descrita— fue sobre todo fuerte en el último período lémur y se prolongó a eras atlantes, durante las que se iba preparando la cuarta sub-raza. 
No hemos de imaginamos, en cambio, que eso sucediera con toda la sociedad, sino sólo con aquella parte del pueblo terrestre de la que surgieron más tarde las razas verdaderamente avanzadas. Esa influjo ejerció el máximo efecto en todo lo que es «inconsciente» en el hombre. 
El desarrollo de ciertos gestos repetidos, los refinamientos de la percepción sensoria, el sentimiento de la belleza, una la mayoría de la vida sensorial y afectiva, común a todos los entes humanos, surgieron originalmente de la influjo espiritual de la chica. 
No exageramos al interpretar los registros de la Crónica Akáshica, mencionando: «Las naciones civilizadas poseen una forma y expresión corporales, y ciertos pilares de una vida físico-anímica, que fue grabada en ellas por las mujeres». Por Rudolf Steiner (1861-1925).

Por Alejandro