sera esta la ultima generacion humana mas inteligente que los robots

Los robots Pepper se venden desde 2015. Las primeras mil unidades a la venta en Japón se agotaron en un solo minuto.

A mi lado está Pepper, un simpático robot que apenas alcanza el metro veinte de estatura. Podría parecer un niño, pero no lo es. Hay ya miles de Peppers exactos a él por el planeta. Lleva en el pecho, me dicen, un motor emocional. Significa que es una de las plataformas más avanzadas  para detectar emociones y contestar a ellas. ¿Qué hace?, pregunto. “Si le acaricias la cabeza muestra agrado. Si le tapas los ojos, se queja”. Le tapo los ojos. Pepper, el pequeño robot, tiembla (mejor diría vibra) un poco: “¡Ay, qué oscuro está todo!”, expresa con una agradable voz que tampoco es de niño, pero casi. Continúa mi encuentro con investigadores en robótica de la Universidad de Elche, los dueños de este Pepper, y no puedo evitarlo: vuelvo a taparle los ojos.
Lo hago una y otra vez. “¡Ay, qué oscuro está todo!”, repite.

A la tercera vez, los humanos que están a mi alrededor dan señales de ese prodigio  del cerebro sapiens, la empatía. “Pobre Pepper”, escucho. Pero lo cierto es que no es más que si estuviera tapando los ojos sin piedad a una cacerola. Pepper ni se aproxima a conocer qué es sentir miedo, pero está programado para simularlo de un modo muy eficaz. Hace más cosas: aprende solo a introducir una pelota en el interior de un embudo. Es un juego infantil gran cantidad sencillo. Después de 24 horas de intentos, debido a las cámaras, sensores y un sinfín de repeticiones, consigue que la bola entre donde debe. Tras la demostración, y el aplauso de la sala, sinceramente yo estaba a punto de concluir que todo este boom en los medios hablando de la nueva era de la robótica supercapacitada era poco más que un bluf, hasta que Eduardo Hernández, jefe del Grupo de investigación nBIO  de laUniversidad de Elche, el laboratorio donde alimentan las redes de Pepper, me dice esta frase: “Sí, Pepper aprende, pero lo curioso es que aun no comprendemos del todo bien cómo lo hace”.

Usan estrategias humanas

Acaba de nacer ante mí el primer flash de inteligencia. La máquina, por primera vez, aprende por sí misma y no conocemos cómo ha ocurrido. “Tiene demasiados sensores, y los algoritmos le permiten aprender por repetición. Utiliza estrategias parecidas a las humanas aunque, de verdad, no lo conocemos. No conocemos cómo lo consigue”.

Singularidad tencnológica. Es un término como el pan, de primera necesidad en todas las pelis de ciencia ficción. Significa: el advenimiento hipotético de inteligencia artificial general, además conocida como “IA fuerte”. Incluye que un cerebro artificial, el de Pepper, el de ICub, el del supercomputador de IBM Watson, o el de la manta raya mitad rata mitad chip… Cualquiera de ellos, un día podría ser capaz de automejorarse, rediseñarse a sí mismo, sin mano humana. Vamos, reproducirse. Esto es exactamente lo que ha hecho la evolución en los entes vivos a lo largo de millones de años. A medida que hemos ido reproduciéndonos, hemos obtenido “copias mejoradas” de nosotros mismos. Hasta hoy, que hacemos máquinas listas. Así, lo que en 1958 Von Neumann (matemático húngaro) bautizó como “singularidad tecnológica” apuntaba a que las repeticiones de este ciclo darían lugar a un efecto fuera de control, y como consecuencia a una explosión de inteligencia que nos superaría. “Sería por lo tanto como cuando el Homo sapiens bajó del árbol”, me dice Concha Monje y añade, “un salto evolutivo radical”.

¿Será esta la última generación humana más inteligente que los robots?



iCub, en la foto con Angela Merkel, es la apuesta estratégica de la UE por los denominados sentient, la robótica que podrá integrarse en
la sociedad.

Concha Monje investiga en el Robotics Lab del Departamento de Ingeniería de Equipos y Automática de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M). En este laboratorio han dado vida a TEO, una plataforma con brazos, cabeza (se la acaban de poner) y varias garras que puede intercambiar según la tarea encomendada. igualmente desarrollan a Maggie, una robot azul, con rostro de animal marino, con la que investigan emociones. Monje fue la asesora científica de una peli de robots que protagonizó Antonio Banderas, Autómata. Le pidieron una idea para enseñar ese salto evolutivo en los robots, y por eso aparece en escena, a la sombra de un desguace polvoriento, un robot que se autorrepara. Ese es el inicio del cambio. “Los robots podrían evolucionar por sí mismos”, me dice Monje y puede haber “un lugar en el que la inteligencia propia del robot escape al conocimiento humano”, añade. ¿Puede ocurrir en breve?, pregunto. “No, no creo que nosotras lo veamos. Pero ocurrirá”. TEO y Maggie están lejos de que la chispa de la sabiduría salte en sus circuitos, pero Monje me lleva a otro punto donde las cosas pueden estar ocurriendo de otro modo. “Los mayores avances en robótica e IA se están llevando a cabo en el DARPA, ya sabes, los militares norteamericanos. Y estoy segura de que ellos tienen ya desarrollos que no han salido a la luz”.

Los soldados autónomos

El vicepresidente del Estado Mayor Montón de Estados Unidos, Paul J. Selva, manifestó el año pasado que estaban a una década de tener la tecnología para edificar un robot totalmente autónomo que pudiera decidir a quién matar y cuándo hacerlo, aunque no poseían intenciones (por por lo tanto) de edificar uno. El primer ejemplo es un pequeño dron de seis rotores. Hicieron una demostración de sus capacidades. Voló sobre la réplica de una aldea de Oriente Medio, con una mezquita de cartón piedra, rastreando objetivos. Ningún humano lo dirigía. Identificó a una docena de supuestos insurgentes ocultos, que tenían réplicas de fusiles AK-47, deambulando por la aldea. Había llegado el instante de disparar. El dron poseía bastante autonomía para decidirlo.

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Emiratos Árabes costea la producción de los robots REEM que fabrica en Barcelona Palm Robotic. REEM es capaz de comunicarse en 30 lenguas diferentes, entre ellas el catalán.

Tomar decisiones es otro de los rasgos inequívocos de la inteligencia, y es lo que parece que tendrán los coches autónomos que ya asoman. Van a conducir solos mientras leemos un texto, parece. Tendrán ojos inteligentes y cerebro inteligente, dicen sus desarrolladores, entre ellos Google, Uber (que hace una semanas estampó uno), Intel…. Su ojo inteligente significa que puede ver el entorno y generar mapas con cámaras, radar, sonar y equipos sensoriales con láser avanzadísimos. Toda estos datos puede suponer la barbaridad de 4.000 gigabytes (una persona genera 1,5 gigabytes al día). El vehículo tendrá que poder decir qué, de toda esa montaña de datos, es imprescindible subir a la nube. De ahí, el Data Center (el cerebro) los procesará y enviará de nuevo al coche para que reaccione como debe, a tiempo real y guiándose por un GPS con un ratio de error de solo 10 cm. Ante una máquina así saltan inmediatamente cuestiones simples: ¿podrá diferenciar si el niño va a correr detrás de la pelota o no? Y, ¿quién será el responsable si le atropella, el coche, o el conductor?

Hemos llegado a la nube. Y en ella visito a Watson, el supercerebro de IBM. Me lo presentan mencionando que es el soberano de lo que se llama “computación cognitiva”, y que de esta área saldrán asistentes digitales billones de veces más inteligentes que los humanos.

Con el apoyo de Watson han desarrollado un vestido que cambia de color según esté el humor de Twitter. Para una empresa gourmet, Watson propuso una receta de gazpacho con chocolate; además compone música, mostrando que la creatividad es solo cuestión de juntar datos de un modo en el que nadie lo haya hecho anteriormente.

Importantes hospitales cuentan ya con su auxilio para diagnósticos, empresas petroleras se fundamentan en sus informes… Para todo, Watson sirve para todo. El plan es que el cerebro humano ha quedado pequeño para procesar toda la información que generamos y que hemos documentado desde que nacieron los ordenadores. Un médico no puede consultar 800 millones de documentos investigadores para extraer la información que necesita. Y para eso está Watson. Es un sistema de big big data. Y duplico el big consciente de hacerlo. “No trata de imitar el cerebro humano –me explica Elisa Martín, directora de innovación de IBM– es una ampliación del nuestro”.

A futuro los equipos cognitivos serán incluso más precisos. “Como ejemplo –añade Elisa– podrá detectar dolencias mentales, le bastará con oírnos para identificar síntomas en las palabras…”.

El fenómeno de 2017

Los gurús de Sillicon Valley eligen cada año un fenómeno que para ellos lo cambiará todo, y en 2017 le han dado el título de next big thing a la inteligencia artificial. La prestigiosa consultora Forrester calcula que en 2017 se triplicarán las inversiones en este sector que, por supuesto, no anda cojo. Así que IBM, claro, no está sola. Google, Intel, Apple, Yahoo o Facebook se han lanzado a esta carrera en los últimos cuatro años con la hucha llena. Google ha adquirido 11 firmas de inteligencia artificial desde 2011. Intel compró tres en 2016 y Apple dos según CB Insights. La inteligencia artificial vive de datos datos datos que cada uno de nosotros ofrecemos al día en nuestras webs y redes sociales, como alimento para el gigante. “Somos la última generación que será más inteligente que sus máquinas”, afirmaba George Siemens, jefe ejecutivo del Link Research Lab de la Universidad de Texas.

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Jeff Bezos, jefe ejecutivo de Amazon, pilotando un Method-2, el primer robot bípedo tripulado del planeta. Se pondrá a la venta a finales de 2017 por 8,3 millones de dólares.

Para los superfuturistas de Silicon Valley y los megaempresarios tecnológicos es un “sí” sin fisuras. En los laboratorios, es un quizá, o un no tanto. Pregunto su opinión a Eduardo Fernández, jefe de nBIO (Grupo de Neuroingeniería Biomédica de la Universidad Miguel Hernández de Elche). Él me adentra en la última de las capas que quería abordar para este reportaje, la fusión entre las células vivas y los chips, la tecnología y el cuerpo humano. ¿Estamos en ese instante en que los robots se van a convertir en una inteligencia superior? “Personalmente creo que hemos avanzado muchísimo, pero solo estamos en los inicios. No comprendemos bien un cerebro humano y es pretencioso creer que podemos emularlo”.

Imitadores como Watson no le llegan ni a la suela de los zapatos. Solo para decidir que un niño es un niño procesamos mas datos que todos los cerebros artificiales que hay. “Pero no para realizar algo mejor que un humano hay que realizar un cerebro –dice Eduardo–. Un avión vuela muy bien, pero no mueve las alas como los pájaros. Utiliza diferentes estrategias, y eso es lo que buscamos en robótica e IA en estos instantes”.

Imitar equipos biológicos

Para que un robot funcione, se precisan algoritmos muy rápidos. Y aquí, hasta actualmente, los expertos estaban, como me explica Eduardo, con un cuello de botella: “La mayor parte de los equipos informáticos procesan la información muy rápido pero de figura seriada, es decir, una cosa detrás de otra. Si falla una cosa, falla todo el sistema. Los equipos biológicos en cambio no lo hacen así. Funcionan con gran cantidad conexiones en paralelo. Si falla algo, se compensa, siguen funcionando. Eso es lo que hace la naturaleza. Rastrear diferentes caminos si uno falla. Para emular un cerebro tendríamos que conseguir ese alto paralelismo que impera en los equipos biológicos”. ¿Cómo lo hacéis?, pregunto. “Extraemos neuronas de animales jóvenes, del hipocampo y de diferentes zonas de la corteza cerebral y las cultivamos sobre electrodos. Una superficie parecido a las placas de Petri convencionales pero con electrodos en la parte de abajo. Esto nos permite comunicarnos con las neuronas y que ellas nos envíen información a nosotros”.

Esta es la base de un robot andarín del tamaño del peliculero Wall-e. La “pila” que lo mueve es un cultivo biológico. Lo desarrollaron investigadores de la Universidad de Reading, en Reino Unido. Emplea unas 300.000 células extraídas de fetos de rata en un cultivo sobre electrodos. Estos electrodos recogen las señales eléctricas que emiten las neuronas y con ellas el Wall-e de Reading se mueve en una u otra dirección. A su vez, el autómata envía señales de vuelta al cultivo que lo dirige, de figura que las neuronas ensayan diferentes reacciones y crean conexiones entre sí. Vamos, que aprenden.

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Mil investigadores y empresarios, entre ellos Elon Musk, Stephen Hawking, el maestro del MIT Noam Chomsky y el responsable de inteligencia artificial de Google, han firmado una carta abierta redactada por el Future of Life Institute pidiendo que los avances en IA garanticen la supervivencia de la sociedad. Piden, entre diferentes cosas, que se prohíba específicamente el uso de la inteligencia artificial para el desarrollo de armas que podrían funcionar “más allá del control humano”.

Un proceso parecido mueve a una diminuta manta raya creada por investigadores de Harvard. Tiene un esqueleto de oro y puede nadar. La dirigen por medio luz y células de corazón de ratón. En este robot raya confluyen ciencias al borde de la ficción, como la optogenética, que manipula el comportamiento con la luz y la biología sintética, que hibrida componentes artificiales con tejidos de entes vivos. Con esta raya, un animal marino, sobresalen las biomáquinas. Me pregunto si por su esencia biológica tendrán capacidad de autorrepararse, reproducirse solas, si rozan el soplo divino, la singularidad tecnológica…  ¿Podrán estos equipos biológicos evolucionar? Eduardo Fernández, que me ha enviado una foto de un cultivo de neuronas de cerebro de ratón en un chip, contesta con prudencia: “No va a ocurrir en un futuro cercano y no es nuestro objetivo. Pero es un ejercicio mental interesante”.

Con todo esto, recuerdo una frase de Sandra Hermida, creadora ejecutiva de la películaAutómata, con quien compartí un agradable viaje en tren. Sandra: “cuando estén aquí estas máquinas superinteligentes y lo hagan todo por nosotros, ¿cuál será el plan para los humanos?”

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Source: Mundooculto.es

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Por Alejandro

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