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La mayoría de la gente tiene la errónea idea de que ese dinero que tiene en el bolsillo verdaderamente posee el valor que dice tener el billete, piensa que está respaldado por algo o alguien en algún lugar y, verdaderamente a día de hoy el singular respaldo que tiene es la fe que cada uno pueda tener en ese papelito. Y con el paso de los años el planeta se ha vuelto loco y la máquina de imprimir dinero aun más, en escasos años el sistema capitalista en manos de avariciosos compulsivos seguidores de una religión que les legitima a forrarse sin tasa alguna y jamás tienen bastante. Esta patología insaciable se puede comprobar en el gráfico de abajo que expone los agregados financieros mundiales. Los derivados, señalados en color rojo, no son más que papeles que circulan por medio planeta que alguien ha emitido con un supuesto valor y uno se lo ha vendido a otro como bueno, bonito y barato cuando su valor está más cercano al del papel higiénico.

Ejemplo práctico: Dos impetuosos inversores con unas ganas locas por hacer negocio, uno de ellos poseía un burro y creyó en ponerlo en venta por 100 euros. Al otro inversor le pareció que invertir 100 euros en el burro sería un buen negocio. No tardo demasiado que el inversor sacó a la venta al asno y el antiguo propietario pagó 300 euros. Las tareas de compra/venta se repitieron con profusión con lo que el precio que se pagaba por el burro cada vez era mayor, cuando la transacción llegó a los 500.000 euros el pobre animal se murió. El último de los inversores, que era el propietario, se lamentaba de su mala suerte a lo que el otro le contestó: “No sé de qué te quejas con los buenos negocios que hemos hecho”. Hay quien puede aclarar que los productos derivados son la panacea del mercado libre, yo prefiero explicarlo así que se entiende mejor. Lo que les ha pasado a esos bancos y fondos de inversión es que han hecho buenos negocios pero resulta que se les ha muerto el burro.
Volviendo al gráfico, señalada en color verde se sitúa la deuda, hablar de deuda conlleva hablar de los intereses que genera. Tiene el inconveniente que si no se reduce el capital inicial los intereses se pagan con nuevas emisiones deuda y se entra en un círculo vicioso de contra más pagas más debes. El invento maravilloso de que los Estados no pueden emitir moneda y que en Europa es el Banco Central Europeo (BCE) y en los Estados Unidos es la Reserva Federal (entidad privada) quien tienen la exclusividad de imprimir papel y convertirlo en dinero en el instante que se le adjudica a un deudor, por lo que podemos deducir, con plena convicción, de que todo el dinero que se imprime es deuda.

La borrachera de imprimir dinero lleva a una situación paradójica, los bancos centrales emiten dinero y son los bancos que lo toman al asumir el papel de deudor ya que luego lo colocarán a diferentes en su red bancaria. Se puede decir que los bancos son los distribuidores de la “mercancía” que produce los bancos centrales. Estos bancos que distribuyen el dinero que se emite lo toman al tipo de interés del 0,25% y se lo colocan a su mejor cliente: el Estado al 4 o 5% una millonada ganada sin hacer algo más que apretar un botón. La deuda y el pago de los intereses van a parar a los Presupuestos Generales del Estado que, como no puede ser de otra figura, los pardillos de los contribuyentes se harán cargo. El PP y el PSOE que jamás están de acuerdo en nada lo estuvieron en el extravagante e incomprensible sometimiento a los mercados financieros de que la deuda y los intereses son prioritarios sobre cualquier gasto que afecte al presupuesto. Anteriormente cobra el mercado economico la deuda que se asiste a lo más elemental de las necesidades del país, para esta ilógica preferencia se tuvo que modificar la Constitución. ¡Manda huevos!
Y al final, nos queda la línea azul del cuadro, las bolsas. Fue el malogrado presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy quien hizo una magnifica alusión a cómo funciona la Bolsa: “consiste en que los inversores se van pasando una cerilla encendida incluso que llega a uno que se quema los dedos”. Cuando los medios de comunicación se desesperan anunciando grandes pérdidas en la Bolsa. No es del todo cierto, las perdidas, lo que se entiende por quebrantos, nada de nada. Lo que unos pierden diferentes lo han ganado.

No hay mejor radiografía de la Bolsa que la normal partida de cartas: cada uno de los jugadores se sienta en la mesa con su dinero para apostar, unos con más y diferentes con menos. En el transcurso de la partida el dinero pasa de unas manos a diferentes, cuando un jugador pierde y decide retirarse del juego el dinero continúa en manos de diferentes. Podíamos decir, que varios jugadores han perdido incluso la camisa, pero además es cierto que diferentes lo habrán ganado. Quienes ganan son los del sombrero de copa que se frotan frenéticamente las manos. La Bolsa, esta descomunal partida de cartas no parece que sea el santuario capitalista que canaliza el ahorro hacia la inversión, contribuyendo al proceso de desarrollo económico sino más bien una timba de descomunales proporciones y repleta de tahúres en busca de inocentes pardillos.

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Por Sandra