Si hay un demonio que hoy reina a sus anchas en el planeta ese es, sin dudas, Mammón, uno de los siete príncipes infernales, llamado además el “Príncipe de los tentadores”, quien es definido como el demonio de la avaricia, la codicia y el materialismo. El mismo alma infernal ante el cual se arrodillan diariamente millones de esclavos del dinero que viven en la consumista sociedad actual.
“Mammon y su esclavo”, pintura del escultor y pintor alemán Sascha Schneider.
El poeta inglés John Milton, en su poema épico “El paraíso perdido” (1667), que cuenta la rebelión y la lucha de las huestes infernales de satanás contra Dios, definió a Mammón como “el menos elevado de los espíritus caídos del firmamento, porque en el firmamento mismo sus miradas y sus pensamientos se dirigían siempre hacia abajo, admirando más la riqueza del pavimento del firmamento, donde los pies huellan el oro, que cualquier otra cosa divina o sagrada de que allí goza la vista de los bienaventurados. El fue el primero que enseñó a los hombres a saquear el centro de la tierra, como así lo hicieron extrayendo de las entrañas de su mamá unos tesoros que valdría más quedasen ocultos para siempre”.
Según cuenta el mismo John Milton al final del Texto I de “El Paraíso Perdido”, después que las legiones de satanás fueran expulsadas del Firmamento y precipitadas al infierno por osar igualarse a Dios, una banda de ángeles caídos guiados por Mammón levantó en los tristes y desolados páramos del averno la ciudad de Pandemónium, la capital del infierno, “la Alta Capital de satán y sus acólitos”, construida en tan sólo una hora. Ciudad que sobrepasaba en tamaño a cualquier palacio o lugar habitado por los entes humanos, “un inmenso edificio erigido como un santuario, rodeado de pilastras y de columnas dóricas sobrepuestas de un arquitrabe de oro; no faltaban allí ni cornisas, ni frisos con admirables bajorrelieves; el techo era de oro cincelado. Ni Babilonia ni Menfis, cuando estaban en todo su esplendor, llegaron a igualar semejante magnificencia”.
El poeta John Milton además cuenta que después del levantamiento de Pandemónium, en una de sus cámaras principales se celebró en seguida un vasto cónclave infernal donde los príncipes, potentados y dominaciones del infierno aconsejaron a satanás sobre de la conveniencia de entablar o no una nueva guerra abierta contra Dios. Mammón, quien había “desechado todos los pensamientos de guerra”, aconsejó establecer un “no imperio” en el infierno, para que con el tiempo se convirtiera en un temible rival del Firmamento.
En la Biblia Mammón es mencionado en los Evangelios de San Mateo y San Lucas, cuando Jesús advierte que no se puede servir a Dios y al dinero al mismo tiempo. En San Mateo 6: 19-21.24 Jesús aconseja: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen y donde ladrones minan y hurtan, sino haceos tesoros en el firmamento, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará además vuestro corazón […] Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a Mammón”.
Santo Tomás de Aquino, uno de los Padres de la Iglesia, explicó metafóricamente el pecado de la avaricia como “Mammón, que era ascendido desde el infierno por un lobo, viniendo a inflamar el corazón humano con su avaricia”, mientras que en “La Divina Comedia” el poeta italiano Dante Alighieri explicó a Mammón durante su visita al inframundo como un demonio lobo, debido a que en la Edad Media los lobos eran asociados con la avaricia.
Durante la Edad Media, precisamente, Mammón fue personificado como el demonio de la avaricia, de la riqueza y de la injusticia. El teólogo escolástico italiano y obispo del siglo XII Pedro Lombardo escribió que “Riquezas es llamado por el nombre de un diablo, a conocer Mammón, para Mammón es el nombre de un diablo, por quien las riquezas conocidas son llamadas según la lengua siria”.
En el “Diccionario Infernal” (1863) del escritor, ocultista y demonólogo francés Collin de Plancy, en tanto, Mammón fue descrito como un embajador del infierno en Inglaterra, mientras que el Diccionario inglés de Oxford lo definió como “el nombre propio del diablo de la codicia”. El historiador, crítico social y ensayista escocés Thomas Carlyle en sus escritos utilizó por su parte la palabra Mammón como una personificación metafórica del materialismo del siglo XIX, refiriéndose a los nobles y barones rapaces y deshonestos de la industria que hicieron fortuna manipulando y explotando al proletario pueblo inglés.
El conocido poeta nicaraguense Rubén Darío además utilizó en algunas de sus obras la expresión “culto de Mammón” como metáfora del culto al dinero y al materialismo. En su poema “A Roosevelt”, refiriéndose a Estados de Unidos, escribió: “Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón”, simbolizando con ello que la fuerza militar norteamericana iba de la mano con un afán desmedido de riquezas o con la entronización del dinero como un valor moral.
El Papa Benedicto XVI, en su homilía pronunciada en la catedral de Velletri el 23 de septiembre de 2007, explicó que “la palabra que usa el Evangelio de Lucas 16.13, para decir dinero – Mammona- es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. En concluyente -dice Jesús— hay que decidirse: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Por consiguiente es necesario una decisión fundamental para elegir entre Dios y Mammón; es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad”.
Hoy, demasiados teólogos ven a los partidarios más recalcitrantes del capitalismo extremo y a los individuos en extremo materialistas y consumistas como adoradores de Mammón, es decir, como sujetos más interesados en satisfacer su apetito desmedido por medrar y adquirir dinero, prestigio y riquezas, haciendo gala de una avaricia, individualismo y mezquindad inagotables, que en cultivar valores como la caridad, la fraternidad, el amor y la solidaridad humanas. Los mismos sujetos a quienes se les podría aplicar una vieja cita del agudo pensador francés Voltaire: quienes admiten que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero.
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