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Egipto fue, es y será siempre fuente inagotable de sorpresas. Pero lo más asombroso es que sus conquistas intelectuales y sus logros tecnológicos no aparecieron por una evolución social, sino que de la noche a la mañana surgió de la nada una cultura asombroso, en donde se desarrollaron técnicas tan asombrosas que posteriormente no pudieron igualarse.
El conocimiento preciso de la astronomía, las obras de ingeniería para mover y colocar millones de grandes monolitos de piedra, los instrumentos de óptica y mensuración necesarias para ello y que jamás han aparecido, la apariencia de entender la farmacopea, la medicina y la biología, las herramientas para taladrar y cortar piedras de dureza extraordinaria…
Todo ello se realizó en el Egipto temprano, por aquellos primeros colonos de las riberas del Nilo, con una precisión que luego fue olvidada. Parece que sus mayores logros tecnológicos proceden del lapso predinástico, como si la civilización faraónica fuese la heredera o bien de otra anterior cultura o bien de los argumentos recibidos por contacto directo con los mismos divinidades. Y no unos divinidades abstractos, sino de presencia tan indiscutible que no pueden obviarse a la hora de valorar los misterios de Egipto.
Los eslabones perdidos del Antiguo Egipto
A Herodoto le comentaron los sacerdotes que el tiempo transcurrido desde el comienzo de la civilización faraónica incluso aquellos días (490/431 a.C) era de, exactamente, 11.340 años. Estos once milenios son un lapso excesivamente largo como para ser admitido por los historiadores oficiales y nos sumerge en un instante oscuro de una Cronica incluso no reconocida ni escrita, en donde Egipto fue el escenario en donde, según asevera, habitaron las deidades. En su Historias, texto II, escribe: “…Incluso no habían aparecido las deidades en el pasado de Egipto, pero el Sol se había levantado cuatro veces en el firmamento desde puntos distintos del actual, y dos veces había salido por donde actualmente se pone, y se había puesto por donde actualmente sale…”
Este texto de Herodoto nos señala diferentes elementos. En primer lugar el desconcertante conocimiento de los sacerdotes egipcios sobre la existencia de los cuatro grandes cataclismos que ha soportado nuestro mundo en los últimos 600.000 años y que han sido refrendados por los investigaciones del investigador Juan Bonet, recolectados en su texto “El Vuelco de la Tierra”. El último de ellos, acontecido alrededor de hace 13000 años, produjo el fin de la Cuarta Glaciación y es el argumento que usan varios autores para justificar el hundimiento de la Atlántida, la huída de sus últimos moradores y su nuevo establecimiento en el valle del Nilo en fechas aproximadas con el inicio de la cultura egipcia mencionada por los sacerdotes.
Pero en segundo lugar Herodoto escribe que posteriormente a esos cataclismos, o sea, después de hace 12000 años, aparecen las deidades. Este relato ha despertado la curiosidad de demasiados estudiosos que, simplificando, han tomado dos líneas de investigación para justificar de quién heredaron los egipcios su conocer y parte de sus monumentos. Por un lado los seguidores de la hipotesis atlante y, por otro, los que promulgan la teoría de la llegada a nuestro mundo de entes originarios del cosmos. Estos últimos manifiestan que si la Atlántida hubiera tenido la tecnología bastante, no tendrían que haber esperado 7000 años para que Egipto se desarrollara como sabemos.
Por ello afirman que la prácticamente instantánea aparición en Egipto de una cultura tecnológicamente anacrónica sólo pudo ser consecuencia de un contacto puntual con entes alienigenas. Aunque, quizás, sólo considerando ambas teoría a la vez, podrían tener respuestas todas las preguntasplanteadas.
El mestizaje cósmico-terrenal, recurrente en todos los textos sagrados de las principales religiones, tiene en Egipto toda suerte de connotaciones. Aparte de las leyendas y creencias, los monumentos que han quedado apuntan a una dirección del firmamento muy definida que señala el hipotético camino que recorrieron los viajeros alienigenas en su venida.
Como es arriba es abajo
Como es arriba es abajo
El hecho diferenciador de la religión egipcia con diferentes religiones es que podemos definirla como la única que conoce el sitio de dónde proceden sus divinidades, al igual que el destino interestelar al que irán sus almas después de la muerte. Este apunte resulta altamente notable porque cuando Jesucristo asciende a los cielos no señala a qué mundo, sistema solar o constelación se dirige. Cuando se reza el padrenuestro se dice que el Padre está en el firmamento, pero sin precisar en cual de las millones de galaxias que existen. En cambio los egipcios lo tenían muy claro: su más allá estaba en la Duat, la porción de firmamento donde se localizan las constelaciones de El Cazador (Orión) y El Perro (Can Mayor).
Toda la cultura egipcia se basó en el comienzo de “como es arriba es abajo”, reflejado en el texto del dios Toth, foto Toht del que sólo quedan referencias, y que seguramente, según varios especialistas, fue la fuente de inspiración de La Tabla Esmeralda del mismo dios helenizado como Hermes Trimegistro. Pero este concepto no fue sólo virtual, sino que existen pistas suficientes como para considerar si todo lo desarrollado en el país del Nilo, inclusive su propia orografía, serían la concreción en nuestro mundo de un diseño elaborado por aquellos divinidades viajeros.
Tanto las fotografías del África oriental, que pueden observarse en la página web de la NASA, al igual que los investigaciones de Andrew Tomas, permiten barajar la teoría de que el Nilo no es un río natural, sino que es un canal adolescente, realizado artificialmente para que el agua siguiera el curso actual. Dicha perturbación orográfica aclararia la desertización del Sahara, y las cuencas de los ríos que antaño recorrieron el centro del continente y que aparecen hoy totalmente secos.
Con esta obra de ingeniería habrían conseguido que el río reflejara en la tierra la vía láctea que recorre el firmamento. Con este planteamiento, al quedar todas los astros que componen la Duat a un lado de la Vía Láctea, construyeron en la orilla occidental del Nilo las monumentales pirámides, que servirían para apuntar en nuestro suelo la posición de los astros. Con ello los astros que componen la constelación de El Cazador quedaron representadas en Egipto, correspondiendo las tres estrellas del cinturón de Orión: Al Nitak, Al Nitam y Mintaka, con las tres grandes pirámides de la meseta de Giza, como desarrolló Robert Bauval en su conocida obra El Enigma de Orión.
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