Cuenta la leyenda que El Silbón recorre la región llanera con un silbido que estremece al ser escuchado. Confunde, pues cuando se escucha cerca es porque está lejos, y viceversa.
La señal confirmatoria de que el espíritu ronda el vecindario es un característico ruido de huesos que chocan unos con diferentes.
Se estima que los lleva en un saco, al hombro. Unos piensan que son los huesos de sus víctimas más recientes; diferentes, que pertenecen a su propio padre.
Para cuando se alcanza a oír el «craccrac», en cambio, tal vez es muy tarde.
Cuentan que hubo una vez un adolescente que descubrió que algo extraño estaba pasando entre su padre y su esposa.
Unos dicen que el viejo le pegó a la adolescente. Diferentes sostienen que la violó.
«Lo hice porque es una regalada», fue la explicación que el viejo dio a su hijo.
La leyenda sigue con que el adolescente estalló en furia, y se enfrascó en una pelea a muerte con su padre.
De los dos, el padre llevó la peor parte. El adolescente le asestó un fuerte golpe en la cabeza con un palo, que lo tumbó en el suelo, donde el hijo se le abalanzó y lo ahorcó.
El abuelo del adolescente, que escuchó de la pelea, fue en busca de la víctima, a todos los efectos, su hijo. El abuelo juró castigar al adolescente, su propia carne y sangre, por el horrendo crimen que había cometido… contra su propia carne y sangre.
Poco tardó en encontrarlo. Por lo tanto lo amarró y le propinó una andanada de latigazos con un «mandador de pescuezo», típico del llano.
«Eso no se le hace a su padre…Condenado eres, pa´ toa´ la vida», le decía.
Para completar la sanción, le frotó ají picante en las heridas y echó al perro de nombre Turéco para que lo persiguiera. Incluso el fin de los tiempos le muerde los talones.
Versión 1 del Silbón
Hay otra versión sobre los orígenes de El Silbón, pero no es más «amable».
El Silbón era un adolescente consentido, a quien un día se le antojó comer «asadura» de venado (el hígado, el corazón y el bofe del animal).
Para complacerlo, su padre fue de cacería. Pero la jornada estuvo mala. Como se tardaba, el adolescente salió a buscarlo. Cuando lo halló con las manos vacías, decidió matarlo y sacarle la «asadura».
El abuelo juró castigar al adolescente, crimen que había cometido.
El hijo entregó las entrañas a su mamá para que se las cocinara. Como no se ablandaban, la señora sospechó y avisó al abuelo.
El látigo, el ají y el perro entran a escena igualmente en esta cronica. Son las armas con las que el llanero se defiende de El Silbón, pues huye de ellas como de la peste.
Se estima que le succiona el ombligo a los borrachos. Y que para con los mujeriegos, no tiene piedad: que cuando tropieza con uno, lo vuelve pedacitos y le saca los huesos.