
EEUU ganó la carrera para apropiarse de los diseños y los investigadores del temible plan V-2, que terminó impulsando su proyecto espacial.
Era un arma con un potencial “jamás soñado” incluso por lo tanto. Así describía en agosto de 1944 Hanson Weightman Baldwin, corresponsal de guerra del diario estadounidense The New York Times el V-2, el misil balísticousado por el III Reich en la Segunda Guerra Mundial. Era un arma que sólo estaba en posesión de los nazis. No dudaron en emplearla contra París, el Reino Unido y Bélgica.
Desarrollado por el ingeniero Wernher von Braun, el V-2 se llamaba así porque era la ‘Vergeltungswaffe-2′ o “el arma de la venganza 2”. Pero no pudo hacer honor a su nombre. El V-2 y su versión inicial (V-1) no impidieron el despliegue aliado. Este avance además poseía objetivos investigadores y tecnológicos. Estadounidenses, británicos y franceses desde el oeste, y soviéticos desde el este, buscaron hacerse con los avances industriales logrados por el régimen de Adolf Hitler a medida que se adentraban en su territorio. El V-2 es el mejor ejemplo.
“Los aliados pensaban que había grandes cosas que aprender de los nazis en todos los aspectos industriales y tenían gran interés en ver cómo trabajaban”, cuenta a EL ESPAÑOL Douglas O’Reagan, historiador y creador del texto Taking Nazi Technology o “Tomando la tecnología nazi”. Se trata de un volumen que verá la luz próximamente debido a la prestigiosa editorial estadounidense Johns Hopkins University Press. La portada del texto muestras dos de los V-2 despegando.
De no haber existido esas expectativas en los aliados, Leslie Groves, comandante del Plan Manhattan -la iniciativa estadounidense que daría lugar a la producción de la primera bomba atómica– no habría mandado al frente una misión científico-militar en 1944 para recoger información encima del avance investigador alemán, según han contado hace poco Timothy Koeth y Miriam Hiebert en la publicación especializada Physics Today. O’Reagan no es ajeno a estas investigaciones.
“Los nazis pensaron que era muy complicado elaborar una bomba atómica. Fue algo que estudiaron, pero pensaron que necesitarían muy material para fabricarla. Incluso que los investigadores alemanes culpables de esa investigación no estuvieron en manos de los británicos y estadounidenses, no supieron que podían hacerse este tipo de bombas”, cuenta el creador.
Pese a que los aliados se interesaron muy sobre todo por conocer qué tipo de tecnología militar tenían los nazis entre manos, lo cierto es que el III Reich contaba con un vasto atrayente industrial para naciones como Estados Unidos o el Reino Unido. Así, una de las primeras cosas que hicieron los aliados al llegar a Berlín fue “ir donde estaban las patentes y copiar los registros para enviarlos a Estados Unidos”, según O’Reagan.
El historiador Douglas M. O’Reagan.
“Las tecnologías de las nazis que se apropiaron los aliados fueron demasiado más allá de la tecnología aeroespacial y aeronáutica, que son sobre las que más se suele hablar. En verdad, tomaron avances tecnológicos del III Reich que iban desde cómo hacer mejor los relojes de muñeca incluso tecnología para la pesca, la fabricación de herramientas o la construcción y tambien para la industria juguetera”, abunda este historiador.
La mayor transferencia de tecnología
O’Reagan, que además de historiador es asesor en la consultora Analysis Group, una firma con sede en Boston, ha pasado los últimos años estudiando lo que significó a nivel investigador y tecnológico la derrota del III Reich. Vencidos los nazis, según sus términos, ocurrió “la mayor tentativa de la cronica de transferir tecnología de un país a diferentes”. En esa operación, el Reino Unido puso a trabajar a no menos de un millar de expertos que se interesarían por investigar los avances alemanes en todas las ramas industriales.
Estados Unidos haría lo propio con no menos de 500 hombres, según las cuentas de O’Reagan. A ellos se les debe, por ejemplo, que la tecnología de grabación magnetofónica alemana, un avance que llegó de la mano de la Sociedad General de Electricidad (AEG, por sus siglas en alemán), se convirtiera en el estándar para la radio británica y estadounidense.
O’Reagan concede que “los británicos estuvieron mejor organizados que los estadounidenses” en esta labor, llegando a contar con una “comisión industrial” encargada de hacerse con tecnología alemana. “En Estados Unidos, gobierno y organizaciones industriales trataron de mandar a Alemania ingenieros o técnicos de empresas que pudieran permitir el viaje a uno de sus trabajadores incluso Europa. Era gente con un perfil investigador, en ningún suceso se intentó CEOs de empresa. Poseía que ser gente que pudiera entender la tecnología y poder escribir un informe razonablemente bien”, plantea el historiador.
Estados Unidos, en cambio, fue el país donde mejor pudieron seguir trabajando los investigadores del III Reich. Más de uno se ofreció con éxito para trabajar bajo bandera estadounidense. Von Braun es uno de los ejemplos más conocidos. “Cuando los estadounidenses, al frente de los aliados,invadieron Alemania, tomaron las instalaciones donde se habían erigido el V-2 y el V-1. Se hicieron con tantos documentos como pudieron, incluidas máquinas y remanentes de los misiles, mandándolos cuanto más lejos del frente mejor, pues querían evitar que los soviéticos tuviesen acceso a esa tecnología”, explica.
Tropas nazis desplegando una V-2 para su lanzamiento. Parku Historycznym Blizna / Wikimedia Commons.
“Poco después Werner von Braun, el jefe de la unidad de desarrollo de los misiles alemanes, se creyó con quién iría y eligió Estados Unidos. Él y su equipo, cuando fueron encontrados por las tropas estadounidenses, ofrecieron sus servicios”, añade el creador de Taking Nazi Technology.
De ‘padre’ del «arma de la venganza» a la NASA
Washington no se privó de la materia gris del ‘padre’ de las “armas de la venganza” nazi. Von Braun acabaría nacionalizado estadounidense y trabajando para la NASA. Después haría carrera en el sector privado y difundiría cuanto pudo su mensaje sobre la importancia del desarrollo espacial. Por detrás quedaron británicos y franceses, cuyos naciones lograrían, por su cuenta y con mayores dificultades, el desarrollo de las tecnologías que dominaba Von Braun.
“Los británicos pidieron acceso investigador al material de los V-2 encontrados por los estadounidenses, que no ofrecieron mucha auxilio. Los franceses tuvieron acceso a prototipos de V-2 y además pedazos, porque varios se probaron o se lanzaron en Francia cuando estaba ocupada”, expone O’Reagan.
Por su parte, “los soviéticos llegaron a zonas de Alemania donde se habían estado produciendo estos misiles y, aunque los estadounidenses ya habían cogido el material más notable, se hicieron con gran cantidad máquinas que no pudieron ser desmanteladas”, comenta este historiador. Esto además explica que la Unión Soviética pudiera medirse a Estados Unidos en unas carreras espacial y armamentística que acabaría no encontrando.
La Unión Soviética además se caracterizó por sus cuestionables procedimientos a la hora de incorporar la tecnología de la Alemania nazi. En la famosa Operación Osoaviakhim, el 22 de octubre de 1946, las tropas soviéticas y comandos de las fuerzas de seguridad secuestraron cerca de 3.000 investigadores, ingenieros, técnicos y especialistas alemanes que al lado a sus familias, fueron obligados a viajar ese día con dirección a tierras soviéticas.
“Fue algo organizado de un día para otro, varios fueron invitados a fiestas y se le explicó allí mismo que no volverían esa noche a sus viviendas. Lo harían, demasiados años después, porque la Unión Soviética necesitaba ser reconstruida en demasiados aspectos por lo demasiado que había soportado durante la guerra”, recuerda O’Reagan. El pasado nazi que pudieran tener estos investigadores poco importó en Washington y Moscú, dos capitales destinadas a enfrentarse durante décadas en la Guerra Fría.
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