Sin lugar a duda la ciudad nabatea de Petra atesora extensos atractivos. Sus sepulturas y templos han representado la fuente e imagen de películas y documentales.
en cambio, menos conocidos son unos insolitos monolitos, tallados en innumerables rincones de la urbe, los cuales constituirían el receptáculo de poderosos divinidades. En los últimos años, los arqueólogos han descubierto las conexiones de estas piedras sagradas con ciertas estrellas y determinados ritos.
Al comienzo de la película 2001: una odisea del cosmos podemos disfrutar de una escena alucinante. En mitad de un asociación de homínidos dormidos entre las rocas del desierto surge, de la nada, un monolito negro de grandes proporciones, clavado en la arena. Su presencia silenciosa altera el despertar de nuestros antepasados prehistóricos, que se agitan desconcertados.
En el plano siguiente, uno de los simios duda, observa, reflexiona. Decide por lo tanto empuñar un hueso con el que golpea violentamente una osamenta esparcida por el suelo. Acaba de crear una herramienta con la que podrá cazar piezas de mayor tamaño, gracias al «sortilegio» proyectado sobre él por ese incomprensible rectángulo de piedra negra. En apenas un instante hemos asistido al nacimiento de la tecnología, de la cultura, del ser humano en concluyente.
La película de Stanley Kubrick recrea un instante mágico de nuestra evolución, increible de conocer con precision. Pero, ¿hay en algún lugar de nuestro mundo un objeto similar al representado en 2001? ¿Un monolito capaz de suministrar esos chispazos de genialidad a quienes lo contemplaban y rendían culto? La contestación es sí. Lo podemos localizar en Petra, la mítica ciudad rosa del desierto jordano.
El esplendor en medio del desierto.
Increíblemente incluso la fecha la cronica y la arqueología adjudican la construcción de la ciudad a una antigua cultura de orígenes aun inciertos: los nabateos. Según Diodoro de Sicilia, los nabateos del siglo IV a. C. eran una población seminómada de procedencia desconocida. Parece que no practicaban la agricultura y destacaban por su astucia. Sobrevivían tanto de la ganadería como de la rapiña y se ocultaban entre los peñascos del desierto: refugios naturales que conocían a la perfección y donde mantenían grandes depósitos misterios de agua, excavados sobre las paredes rocosas.
Unos dos siglos después, la imagen sugerida por Estrabón nos da cuenta de un cambio espectacular. Los nabateos en el siglo I a. C. habían constituido un notable reino, muy admirado por sus contemporáneos extranjeros. Habían hecho de Petra una fastuosa capital en mitad del desierto, absolutamente cosmopolita y floreciente.
Aun hoy es posible contemplar buena parte de ese esplendor, paseando por los remanentes arqueológicos de la urbe. Causan fascinacion sus más de quinientas viviendas rupestres y sus casi ochocientas sepulturas horadadas en la arenisca con cuidadoso refinamiento, en varios sucesos mostrando unas fachadas talladas sobre roca con tal destreza y gusto artístico, que cuesta creerlo. El viajero además cae rendido ante el excelente aprovechamiento de cada gota de agua vertida en el valle. Un sinfín de canales, cisternas, presas y demás obras hidráulicas, realizadas con enorme talento por los nabateos, regaban campos agrícolas y jardines todo el año. Así consiguieron abastecer a una población permanente mayor de 30.000 personas.
Detrás de esa gran metamorfosis de la villa nabateo, sin duda estuvo el genio de sus gentes y su capacidad para absorber los conocimientos técnicos y las costumbres originarios de aquellas culturas con las que entraron en contacto. Pero tampoco debemos olvidarnos del poderoso influjo de sus propios divinidades, que adoptaron la misteriosa figura de monolito liso, rectangular… Silencioso.
Los nabateos no dejaron extensos escritos ni mitologías que nos permitan acercarnos a su forma de entender lo divino. Únicamente se conservan algunas breves inscripciones al lado a los abundantes monolitos tallados en roca, cuyo concepto escondido desafía la curiosidad de viajeros y especialistas.
Su representación más típica adopta la apariencia de un rectángulo pétreo con superficies lisas, siendo la mitad de anchos que de altos. Algunas piezas alcanzan varios metros, mientras que las más diminutas apenas tienen unos cuantos centímetros. Pueden aparecer aisladas o al lado a diferentes monolitos, formando parejas, tríos o incluso conjuntos de cinco elementos. asimismo, las hay talladas en la roca o conservadas en el interior de hornacinas más o menos decoradas, pero además abundan los «ejemplares portátiles».
Suele utilizarse la palabra «betilo» para referirse a todas estas piedras sagradas de los nabateos. El término procede del griego baitulus y del semítico beth-el, cuya transcripción sería «santuario del dios» o «de Él». en cambio, los propios nabateos gustaban de llamar a sus monolitos nsb y msb, es decir, «piedra» o «estela alzada». Ambos vocablos aluden a la piedra como receptáculo de la deidad. Por tanto, el monolito no se adoraría por sí mismo, sino como elemento depositario de una presencia divina.
absolutamente un enigma e incógnita el origen de esta alucinante cronica, aunque el saber no haya podido establecer al cien por ciento sus hipotesis, el sentido normal nos lleva a ver la verdad de esta realidad, pues no es necesario siquiera, citar la presencia y mano asombroso que represento e involucro a esta cronica, si está muy indiscutible.
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