Antes que nada,  queremos avisar que este texto no pretende ser una apología de la antropofagia. Nada más lejos de nuestra intención. Pero es indudable que el canibalismo ejerce una curiosa atracción morbosa y que, seguramente más de uno y de una, viendo El silencio de los inocentes o alguna película similar, se ha preguntado a que demonios sabe la carne humana. Pues bien, nosotros hemos intentado averiguarlo. Pero, que nadie se asuste. No nos hemos dado un bocado en el brazo para descubrirlo, ni nada por el estilo. Nuestro compromiso con la divulgación científica tiene unas líneas rojas más infranqueables que las de los políticos en plena negociación para formar gobierno.

Lo que hemos hecho ha sido investigar y recopilar testimonios de protagonistas de algunos célebres casos de canibalismo y descubrir como describían el sabor de nuestra carne. Y lo que más nos ha sorprendido es la disparidad de opiniones existentes al respecto.

Uno de ellos fue William Seabrook, un novelista estadounidense, amigo de Ernest Hemingway, quien aseguró que, en 1932, durante un viaje por África, probó la carne humana en el poblado de una tribu que practicaba la antropofagia ritual (devoraban a sus propios muertos). Y lo que contó respecto a su sabor fue: «Era como de buen ternero, no plenamente desarrollado, no joven pero aún no un buey. Definitivamente era como eso, y no como ninguna otra carne que haya probado. Era carne suave, buena, sin ningún rasgo definido o característico como, por ejemplo, el de la cabra, la alta cacería o el puerco. La carne era ligeramente más dura que la del ternero de primera, un poco más fibrosa, pero no demasiado, agradablemente comestible. El asado, del que corte y comí una rebanada central, era tierno, y en color, textura, aroma, así como sabor, consolidó mi certeza de que de todas las carnes habitualmente conocidas, el ternero es la única a la cual podría compararse con precisión».

Contado así casi dan ganas de probarla, ¿verdad? Pero lo cierto es que su opinión no se parece nada a la del japonés Issei Sagawa, quien a finales de los años 80 asesinó y devoró a una joven holandesa. Sagawa afirmó que las nalgas de su vícitma le recordaron al sashimi, pero que el resto de las partes que comió le resultaron bastante desagradables de sabor, a excepción de los muslos que, según él, eran bastante sabrosos.

Y acabamos con otra «opinión autorizada», la de Armin Meiwes, el célebre canibal de Rotemburgo, quien contó que el sabor de la carne de su desdichada víctima (que en este caso se ofreció voluntaria a ser devorada, conviene recordarlo) se asemejaba a la del cerdo agridulce de los restaurantes chinos.

Como se ve, son opiniones muy dispares que nos hacen plantearnos nuevas preguntas para las que no tenemos respuestas. Por ejemplo, ¿sabe igual la carne de un europeo que la de un oriental? ¿O la de una persona joven y la de alguien de mediana edad?

Por Sandra